Minutos antes del amanecer, en las afueras de la capital. Reposaban en silencio un par de patrullas pertenecientes a alguna fuerza del orden y protección civil. Lloviznaba desde hacia varias horas. Siendo la humedad, y su característica fragancia, lo único realmente distinguible de aquel ambiente tan sombrío. El lugar era una gasolinera sencilla, unos cuantos dispensadores de gasolina y un par de baños. En medio de los dispensadores, se encontraba una silla de plástico donde esperaba sentado un hombre anciano. Dicho hombre temblaba de miedo.
El anciano miraba fijamente la carretera con un profundo miedo en los ojos. Esto se debía a que, momentos antes, una mano se poso sobre su hombro y le susurro: Viejo, sé que llamaste a los policías, pero te juro que si volteas ahora, sin importar que oigas o creas oír... Te mueres.
Concentrado en su recién encomendada tarea, procuró fijar su mirada en el horizonte frente a él. Sabía que la voz de aquel hombre no mentía porque, tal como dijo, estuvo tentado a voltear todo el tiempo.
Se imaginaba la escena que transcurría tras él...
Dos patrullas, 12 policías, únicamente 2 criminales...
El resultado debería ser fácil de adivinar. Sin embargo, aquellos gritos de dolor, los disparos descontrolados, los golpes contra toda superficie imaginable y las suplicas de piedad de aquellos pobres diablos... No cesaron sino hasta varios minutos después. Todos ahogados entre las risas inocentes y las burlas picaras de aquella niña.
Él había escuchado las historias. Creía fervientemente que el mito era sólo eso, un mito. La historia de una niña que aparece de la nada, y desaparece en la misma nada. Un ente matando a placer por las estaciones de servicio de todo el país. Era una historia demasiado estúpida. Uno de esos cuentos tontos sacados de Tik Tok que veían sus sobrinos.
Nunca hablaban de los asesinatos en las noticias.
Siempre se relataban las masacres de forma vaga como si nadie hubiera encontrado nada.
Nunca había pruebas (al menos no públicas) de que ella existiera.
¿Cómo iba a saberlo?
La niña encajaba con la descripción. Terminó llamando a la policía por mero capricho; la clásica de mejor prevenir que lamentar. Sólo que esta vez, lamentar era todo lo que le quedaba.
La carnicería ya no emitía ningún ruido. Nada se escuchaba a excepción del viento, pero sabía que ellos seguían ahí. Sintió el deseo de volver a voltear. Confirmar que sus sospechas eran ciertas, que el mito era real, que aquellos 12 policías estaban muertos y que una única niña era la responsable.
Descartó la idea. Ese pensamiento era casi tan descabellado como lo era el intentar escapar.
Empezó a escuchar zancadas. Grandes zancadas que se dirigían hacia él. Pasos calmados, pero de ritmo divertido y cambiante que le hacían vacilar de su propia percepción de la realidad. Su imaginación le jugaba en contra, los pasos parecían acecharlo, tanteando su miedo; intentando, de alguna manera, provocarlo.
Al final, sucedió.
La criatura se encontraba delante de él. Erguida sobre sus 2 piernas; pretendiendo imitar a un ser humano. Pero aquella... cosa, no era en absoluto humana. Su pelo tenía una textura mugrienta, recubierta de una serie de diversos fluidos aceitosos. Aunque la explicación de su aspecto era simple.. La criatura estaba de pies a cabeza cubierta de sangre. Sus ropajes goteaban y machaban el suelo con el testigo de su masacre. Llevaba una pistola, igual de manchada y sucia que aquello que la sostenía. Su cuerpo no mostraba daño alguno, su expresión era serena y en sus ojos se podía notar una extraña mirada de aburrimiento.
- ¡Eh! Viejo ¿Te encuentras bien? Llevas viendo a la nada como por 5 minutos -Angie sacó el pañuelo que guardaba en el bolsillo y se dispuso a limpiar la sangre que le cubría los ojos-. ¿¡No me diga que escuchar los gritos le dieron un infarto!? No seria la primera vez.
Era imposible. La criatura hablaba y debajo había una persona. ¿Cómo alguien podía hacer lo que acaba de hacer y hablar como si nada?
- Patrona... ¿Es usted el diablo?
Sus ojos se encontraron con los de ella. El absoluto terror de aquel hombre se encontró con la mirada tranquila de una niña que le veía con indiferencia.
- No lo creo -respondió el diablo mientras se llevaba las manos a la cabeza buscando los cuernos.
Angie giró de manera burlona sacudiendo los brazos, dejando que las gotas de sangre mancharan el suelo a su alrededor. Todo con una sonrisa, ignorando el hecho de lo escalofriante de sus actos.
- Pero dejando los chistes -continuó Angie- Usted, señor cuidador, ha cumplido el trato que hizo con mi amigo. Por lo tanto, entra en la pequeña y exclusiva lista de personas que nos hacen caso. Esto le brinda beneficios exclusivos como: seguir vivo y... ¿Respirar? La verdad no hay tantos beneficios.
- Me estas jodiendo -dijo el señor aún asustado-. Me vas a matar.
- Nah, que va -volvió a sacar la pistola-. Sólo lo haremos si no coopera, señor. No estamos locos... ¿Cómo dijo que se llamaba?
- Domingo, Domingo Días, señora.
- Ese nombre parece falso, pero sirve. Venga conmigo señor Domingo -Angie guardó nuevamente el arma-. Tenemos mucho que limpiar.