Esta historia es un pequeño crossover de Spidersonas. Son 2 actos que giran en torno a situaciones ridículamente sencillas, pero un tanto divertidas. Para mí las historias de estas spidersonas giran alrededor de lo impresionante de lo cotidiano. Obviamente es cotidianidad mezclada con elementos fantásticos, pero siendo sinceros; ¿Qué seria del ser humano, sin su capacidad para endulzar un poco la realidad?
ACTO I |EL ENCUENTRO|
Era una fría noche de diciembre. Concretamente, una noche muy fría del 23 de diciembre. Las calles estaban bien iluminadas y decoradas; una linda combinación de diferentes y variadas luces navideñas cubrían tanto arboles como postes. El ruido de la música y las indistinguibles voces de las multitudes llenaban el ambiente. Un ambiente digno tanto de la época como de la localización.
En una estación de autobuses, acababan de descargar a los pasajeros y sus respectivos equipajes. En medio de la multitud, estaba un hombre de unos 23 años muy bien arropado contra el frio y, junto a él, una niña de 16 años aún más abrigada que su acompañante. Ambos se miraron un instante, recogieron sus maletas, y desaparecieron entre la multitud.
— Andrés... Recuérdame ¿Por qué vinimos, de todos los lugares, a una ciudad cualquiera de Perú? - preguntó Angie, quien, cubierta hasta la nariz con una bufanda naranja, le costaba adaptarse al frio del lugar.
— Digamos que venimos por curiosidad científica.
Andrés sonreía ampliamente de oreja a oreja vislumbrando lo bonito de las calles; esperando que esas vistas se extendieran por toda la ciudad para poder admirarlas toda la noche. Claro, sabía que esas luces no se extenderían por todas partes, seguían en Latinoamérica después de todo.
— ¡¡ANGIE, MIRA!! - dijo Andrés señalando el pequeño congelador de una tienda. - ¡Venden sanguchitos de helado! Las leyendas dicen que cuestan un sol.
Andrés se acercó hacia el congelador a toda prisa, aún asombrado. Colocó sus manos encima de la fría cubierta de vidrio y musito, casi con la emoción de un niño pequeño:
— Señor, cuánto tan los helaos.
— Dos soles. - respondió el vendedor fríamente, observando cómo sus palabras acababan de matar el ánimo de aquel turista.
— ¿Dos soles por helados de un sol? ¡Menudo crimen! – chilló Andrés, olvidándose por completo que seguía en la calle.
— Andrés, compórtate. – escupió secamente Vin dentro de su cabeza. - Pero si quieres que robemos la tienda tampoco te voy a decir que este mal.
— Andrés, compórtate. – ordenó una suave voz mientras le jalaba del brazo para devolverlo a la calle. – Tienes la maldita cara de que Vin sugirió una tontería y estabas a punto de hacerle caso.
— ¡PERO LOS HELADOS! – pataleó Andrés, aunque parecía que Vin también estaba involucrado ahora.
— ¡BIEN! – contestó Angie, ya harta de la situación. – Pero primero buscamos un hotel y comemos. Después, y te estoy diciendo DESPUÉS, quizás, a lo mejor, de ser posible... Vengamos a robar la maldita tienda. Un helado de una moneda que cuesta dos monedas ¡Qué robo!
— Luego te quejas de que la estamos mal educando. Hacemos un gran trabajo a mi parecer. – dijo Vin en tono orgulloso. – Fuera de joda, deberían darnos un premio o quitarnos la custodia.
— Estamos de vacaciones. Son tanto las primeras vacaciones conmigo tanto para ustedes como para ella, creo que podemos dejarnos llevar un poco. – intentó defender Andrés, quien seguía con la mirada fija en el congelador. – Además – empezó a gritar dentro de su mente. - ¡ESE CONGELADOR VA A SER MIO!