Eran las 12 del mediodía. Una tele vieja, montada en la esquina superior de la habitación con el volumen fijo estaba retransmitiendo el canal de Globovisión. En la pantalla decolorada se podían ver las imágenes de un joven y una moto cuyo titular en el noticiero dejaba claro su delito:
La Guardia Nacional Bolivariana detiene a joven RESPONSABLE de la masacre en la Central
- Chico, la cagaste. Tú cara esta allí, nivel nacional y todo. Te aconsejo que digas la verdad, Miguel.
El abogado adjunto al caso de Miguel era un hombre regordete de traje simple y corbata barata, venía a visitarlo por primera vez al hospital luego del incidente.
- ¡Solo di la verdad! -exclamó el abogado, empezando a ordenar los papeles del caso encima de una mesa, todas las hojas eran notoriamente papel reciclado, lo cual, solo enfatizaba lo acabado que estaba Miguel-. Ya te dieron una paliza, chico. Seguramente no podré conseguir un trato mejor, no puede empeorar más.
Por primera vez en aproximadamente 45 minutos, Miguel pudo hablar.
- Señor, ya le dije que yo no lo hice.
- ¿ah si? entonces ¿Qué es eso? -señaló violentamente a la pantalla donde seguían hablando de la masacre-. Sé que vas a decirme. Vas a asegurar que no eres tú, que los videos están todos trucados y retocados en Photoshop. Pero los testigos no mienten y las cámaras tampoco, fuiste tú.
- ¿No se supone que usted es mi abogado defensor?
- Soy el único abogado que tienes, muchacho... y te sugiero, que aceptes el trato.
Un silencio incómodo cargado de indiferencia inundo la sala hasta que la puerta del cuarto se abrió con algo de lentitud; dejando ver la figura esbelta de un hombre caucásico y con bata del laboratorio. Dicho hombre llevaba lentes de lectura, tenía el clásico corte militar, y por algún motivo, olía a aceite de motor.
- ¡Oh, Doctor Octavio! No esperaba encontrarme con usted aquí -dijo el abogado en tono eufórico y sorprendido mientras seguía recogiendo sus cosas.
- Ahórratelo, Gustavo. -Octavio abrió un pequeño maletín y se dispuso a intercambiar el suero que estaba siendo suministrado vía intravenosa a Miguel; lo hacía con una normalidad digna de alguien que sigue un proceso rutinario-. No porque el chico vaya a la cárcel significa que es menos persona ¿verdad?
- Supongo -dijo el abogado antes de terminar de recoger sus cosas e irse de la habitación.
Miguel se quedó pensando cómo salir de esta... No podía. La evidencia en su contra, los videos, los testigos, las risas de los policías por haber sido tan tonto como para usar un arma sin guantes. Pero lo peor, es que de verdad no lo recordaba. No podía haberlo hecho, estaba seguro que no, pero la realidad era otra: Estaba a punto de ir a la cárcel por asesinato.
- Chico, te noto pensativo, preocupado dirían algunos. -dijo el Doctor Octavio cuya voz empezaba a tomar cierto tono triunfal, casi que de regocijo-. Voy a darte el gusto, muchacho.
- Sé quién lo hizo, y cómo, lo hizo. -continuó Octavio con una sonrisa de oreja a oreja.
Las palabras del Doctor cayeron sobre Miguel como piedras. Los ojos se le abrieron de par en par con unas ganas horribles de responder... pero algo pasaba.
- Chico, te vas a morir. El suero que tienes ahí esta mezclado con benzol, bastante peligroso en grandes dosis si tienes enemigos y una licencia médica. -Octavio se sentó al lado de Miguel, aspecto de lo más tranquilo, aunque veía la escena con tristeza mientras el muchacho agonizaba.