°Chapter One¬ Newt°

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Cuando la puerta se abrió despacio, Newt supo que había llegado la hora de morir.

Se quedó mirando las botas del guardia y se preparó para que lo atacará el terror, para que lo inundara una ola de pánico brutal. En cambio, al incorporarse sobre un codo en la cama y notar cómo la camiseta se despegaba del colchón empapado de sudor, no sintió nada. Solo alivio.

Lo habían trasladado a una celda individual como castigo por haber agredido a un guardia, pero Newt no sabía lo que era la soledad. Las
voces acechaban por todas partes. Lo llamaban desde cada rincón de la oscura celda. Llenaban los silencios entre los latidos de su corazón. Le
gritaban desde los más profundos recovecos de la mente. No quería morir, pero si tenía que perder la vida para silenciar aquellas voces, estaba listo.

Lo habían confinado acusado de traición. La verdad, sin embargo, era mucho peor de lo que nadie podía imaginar. Y si por algún milagro salía absuelto del segundo juicio, ni aun así descansaría. Sus recuerdos eran más
oprimentes que las paredes de cualquier celda.

El guardia carraspeó y cambió de postura para cargar el peso del cuerpo sobre la otra pierna.

—Prisionero A5, póngase de pie, por favor.

Era más joven de lo que él esperaba y el uniforme parecía inmenso en
su escuálido cuerpo; hacía poco que lo habían reclutado.

Alimentarse a base de rancho militar durante unos cuantos meses no
basta para ahuyentar el fantasma de la malnutrición que asola los míseros berg periféricos.

Newt inspiró profundamente y se levantó.

—Extienda las manos —ordenó el guardia sacándose unas manillas metálicas del bolsillo del uniforme azul.

El roce de la piel del chico le provocó un estremecimiento. Newt llevaba meses sin ver a nadie, desde que lo habían trasladado a la nueva
celda y, claro, sin tocar a ningún ser humano.

—¿Le aprietan demasiado?—Preguntó el guardia. Aunque lo dijo en tono brusco, su voz contenía una nota de piedad que encogió el corazón de Newt.

Hacía tanto tiempo que nadie salvo Alby, su antiguo compañero de celda y su único amigo en el mundo, se compadecía de él...
Newt negó con la cabeza.

—Siéntese en la cama. La doctora ya está en camino.

—¿Lo van a hacer aquí? —preguntó él con voz ronca; las palabras le arañaban la garganta al salir.

La inminente llegada de una doctora significaba que habían decidido
prescindir del segundo juicio.

Tampoco le extrañó. La ley del área dictaba que los condenados adultos fueran ejecutados en el acto; los menores, en cambio, eran confinados hasta que cumplían los dieciocho y luego se les concedía una última oportunidad de demostrar su inocencia.

Últimamente, sin embargo, se ejecutaba a los jóvenes a las pocas horas del segundo juicio por crímenes de los que, hacía unos pocos años, habrían salido absueltos.

A pesar de todo, a Newt le costaba creer que fueran a ejecutarlo en la celda. Por morboso que sonará, esperaba con ilusión el paseo final hasta el hospital en el que había pasado infinidad de horas durante sus prácticas médica.

Una última oportunidad de experimentar viejas sensaciones,
aunque solo fuera el olor a desinfectante y el zumbido del sistema de ventilación. Antes de perder para siempre la capacidad de sentir.

El guardia habló sin mirarlo a los ojos.

—Tiene que sentarse.

Newt retrocedió unos pasos y se sentó muy tieso al borde del camastro.
Aunque sabía que la soledad distorsiona la percepción del tiempo, no se podía creer que llevara casi seis meses allí encerrado, en completa soledad.

Nueva Era [Newtmas] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora