°Chapter Three¬ Thomas°

192 22 3
                                    

Por supuesto, aquel cabrón presumido llegaba tarde. Impaciente, Thomas golpeteó el suelo con el pie, sin preocuparse por el eco que resonaba en el almacén.

Ya nadie bajaba allí; hacía muchos años que los saqueadores se habían llevado cualquier cosa de valor. Había basura por todas partes:
piezas de maquinaria, billetes, rollos y más rollos de cable y alambre, pantallas y monitores rotos.

Thomas notó una mano en el hombro y dio media vuelta de un salto, en guardia, protegiéndose la cara con los puños y ladeando el cuerpo.

—Tranquilízate, hombre —exclamó Stephan mientras encendía la linterna y la enfocaba directamente a los ojos de Thomas.

Escudriñó a su amigo con una expresión burlona en su rostro alargado y enjuto

—¿Por qué me has pedido que viniera aquí?. —sonrió con aire de suficiencia—. ¿Buscando porno de la Edad de Piedra entre los ordenadores rotos? No te culpo. Si yo tuviera que conformarme con lo que hay por el área, seguro que también me volvía un depravado.

Thomas ignoró la burla. Aunque acababan de ascenderlo a guardia, Stephan aprovechaba cualquier expedición para divertirse un poco con alguna chica.

—Tú dime de qué va todo eso, ¿vale? —dijo Thomas, haciendo esfuerzos por fingir indiferencia.

Stephan apoyó la espalda contra la pared y sonrió.

—No te dejes engañar por el uniforme, hermano. No he olvidado la primera regla del negocio —tendió la mano—. Dámelo.

—Eres tú el que se confunde, Step. Ya sabes que yo nunca te fallo —se palmeó el bolsillo que contenía un chip cargado con créditos de estraperlo—. Ahora dime dónde está.

Al ver que el guardia esbozaba otra sonrisa petulante, a Thomas le dio un vuelco el corazón.

Desde que habían arrestado a Teresa, sobornaba a Stephan para conseguir información, y el muy idiota siempre disfrutaba como un cerdo cuando le daba malas noticias.

—Despegarán hoy —las palabras golpearon el pecho de Thomas como un puñetazo—. Están preparando una vieja cápsula de transporte en la cubierta G —volvió a tender la mano—. Venga. Esta misión es máximo secreto y me estoy jugando el culo por ti. Estoy harto de hacer el primo.

Thomas se quiso morir cuando una serie de imágenes desfilaron ante sus ojos: su hermana menor amarrada a una vieja jaula de metal,
surcando el espacio a mil kilómetros por hora; su rostro cada vez más amoratado mientras intentaba respirar el aire tóxico; su cuerpo
desmadejado, tan quieto como...

Thomas dio un paso adelante.

—Lo lamento, amigo.

Stephania entornó los ojos.

—¿Qué es lo que lamentas?

—Esto.

Thomas cogió impulso y le asestó al guardia un puñetazo en la mandíbula. Sonó un fuerte crujido, pero él no sintió nada salvo un revuelo en el corazón cuando vio a Stephan caer al suelo.

Treinta minutos después, Thomas trataba de entender la extraña escena que se desplegaba ante él. Se había apoyado de espaldas en la pared delpasaje que conducía a una rampa muy empinada.

Montones de presos enfundados en chaquetas grises se dirigían a la pendiente, escoltados por un puñado de guardias. Al fondo, la cápsula de transporte esperaba, un aparato circular equipado con filas y más filas de asientos de seguridad que llevarían a aquellos pobres infelices a la Tierra.

Todo aquello era espantoso, pero preferible a la otra opción, supuso Thomas. Aunque en teoría te concedían una segunda oportunidad al cumplir los dieciocho años, casi todos los menores juzgados a lo largo del último año habían sido declarados culpables. De no ser por aquella misión, estarían contando los días para su ejecución.

Nueva Era [Newtmas] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora