°Chapter Twenty-one¬ Newt°

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La tensión en el hospital de campaña era tan palpable que Newt apenas si
podía respirar.

Rondaba en silencio el lecho de Alby, tratando en vano de detener la
infección que ya se había apoderado de sus riñones y avanzaba implacable
hacia su hígado.

Mientras tanto, maldecía en silencio el egoísmo de Teresa. ¿Cómo podía estar allí sentada, viendo cómo Alby entraba y salía de la consciencia, y no devolver los medicamentos robados?.

En aquel instante, echó un vistazo al rincón donde Teresa yacía
acurrucada. Los carnosos mofletes y las espesas pestañas acentuaban su
aspecto aniñado, y la rabia de Newt se transformó en duda y
remordimiento. ¿Y si no había sido Octavia? Pero entonces, ¿quién?.

Miró la pulsera que llevaba clavada a la muñeca. Si Alby aguantaba hasta que llegara la próxima remesa de colonos, se pondría bien. Por desgracia, no había modo de saber cuánto faltaba para eso. El Consejo
esperaría a tener datos concluyentes sobre los niveles de radiación, al
margen de lo que sucediese en la Tierra.

El Consejo, Newt lo sabía, concedería tan poca importancia a la muerte
de Alby como a la de Sonya. Los huérfanos y los criminales no contaban.

Mientras veía a Alby respirar trabajosamente, una furia repentina
estalló en su interior. Se negaba a quedarse allí sentada esperando a que su amigo muriese. ¿Acaso los seres humanos no llevaban milenios curando enfermedades antes del descubrimiento de la penicilina?.

Tenía que haber algo allá en el bosque capaz de detener una infección. Trató de recordar lo poco que había aprendido sobre plantas en clase de Biología terrestre. A saber si aquellas plantas seguían existiendo siquiera; todo parecía haber mutado tras el Cataclismo. Pero como mínimo debía intentarlo.

—Vuelvo enseguida —le susurró a su amigo dormido.

Sin dar ninguna explicación al chico arcadio que hacía guardia junto a la tienda, Newt abandonó el hospital a toda prisa y enfiló en dirección al bosque, sin molestarse en coger nada de la tienda almacén; no quería llamar la atención. Sin embargo, no había avanzado ni diez metros cuando una voz familiar rechinó en sus tímpanos.

—¿Adónde vas? —le preguntó Minho a la vez que echaba a andar junto a él.

—A buscar plantas medicinales —estaba demasiado cansado para
mentirle, y de todos modos daba igual; él siempre pillaba sus mentiras.

Por alguna razón, la santurronería que lo había cegado a verdades como puños no le impedía leer en los ojos de Newt todos sus secretos.

—Te acompaño.

—Prefiero ir solo, gracias —repuso Newt apretando el paso, como si
eso pudiera detener al chico que había cruzado el sistema solar para estar con él—. Quédate aquí por si alguna turba necesita un líder.

—Tienes razón. La cosa se desmadró un poco ayer por la tarde —dijo él
frunciendo el ceño—. No quería que le hiciesen nada a Teresa. Solo
pretendía ayudar. Sé que necesitas esa medicina para curar a Alby.

—Solo pretendía ayudar. Me suena esa frase —Newt se volvió
bruscamente a mirarle. No tenía ni tiempo ni fuerzas para hacer que se
sintiera mejor en aquellos momentos—. ¿Pues sabes qué, Minho? Esta vez
también has conseguido que alguien acabara confinado.

Él se detuvo en seco y Newt giró la cabeza, incapaz de afrontar su
expresión herida. Sin embargo, no pensaba sentirse culpable. Nada de lo
que pudiera decirle podría causarle ni una milésima parte del daño que él
le había hecho.

Nueva Era [Newtmas] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora