°Chapter Twenty¬ Brenda°

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Brenda subió el último tramo de escaleras y tomó el pasillo camino de su casa. No le preocupaba que los guardias le dieran el alto por haberse
saltado el toque de queda. Se sentía como si flotara. Ligera como una
pluma, se deslizaba en silencio por el corredor.

Se llevó la mano a los labios, buscando el recuerdo del beso de Aris, y sonrió.

Eran poco más de las tres de la mañana; la nave estaba desierta y las
luces iluminaban el pasillo con un tenue fulgor. Separarse de Aris le
provocaba un dolor casi físico, pero no quería arriesgarse a que la pillara
su madre.

Si se dormía enseguida, a lo mejor podía enredar a su mente para
hacerle creer que el cuerpo cálido de Aris estaba allí, acurrucado a su lado.
Apretó la almohadilla de la puerta con el pulgar y entró sin hacer ruido
en su casa.

—Hola, Brenda.

Su madre la estaba esperando en el sofá. Brenda ahogó un grito y empezó a farfullar:

—Hola… Yo… estaba… —tropezando con las palabras, buscaba una
excusa plausible que explicara por qué había salido en mitad de la noche.
Pero no podía mentir; ya no, no sobre aquello.

Guardaron silencio unos instantes, y aunque Brenda no distinguía la
expresión de su madre, notaba la rabia y la confusión que irradiaba.

—Has estado con él, ¿verdad? —preguntó Rose por fin.

—Sí —respondió Brenda, aliviada de decir la verdad por una vez—.
Mamá, le quiero.

La mujer dio un paso adelante, y Brenda advirtió que aún llevaba puesto un vestido de noche negro. También tenía restos de carmín en los labios y emanaba un leve tufo de perfume rancio.

—¿Y tú adónde has ido esta noche? —le preguntó Brenda con cansancio.

Se estaba repitiendo la misma historia del año pasado. Desde que su
padre se había marchado, la mujer apenas estaba en casa; salía hasta altas horas de la noche y a veces dormía durante el día.

A Brenda ya no le quedaban fuerzas para sentir vergüenza ajena por la conducta de su madre, ni siquiera para enfadarse. Lo único que sentía era una vaga tristeza.
Los labios de Rose se torcieron con una horrible sombra de sonrisa.

—No tienes ni idea de lo que he tenido que hacer para protegerte —se
limitó a decir—. Debes mantenerte alejada de ese chico.

—¿Ese chico? —Brenda se encogió—. Ya sé que lo consideras…

—Basta —la cortó su madre—. ¿No te das cuenta de la suerte que tienes
de estar aquí?. No dejaré que mueras por culpa de un mugriento chico
que seduce a las chicas y luego las deja tiradas.

—¡Él no es así! —exclamó Brenda casi chillando—. Ni siquiera le conoces.

—No le importas lo más mínimo.

Estabas dispuesta a morir para
salvarlo. Y seguro que, mientras andabas confinada, ni se acordó de ti.
Brenda hizo una mueca de dolor.

Era verdad que Aris había empezado a salir con Beth mientras ella se encontraba confinada. Pero no podía
culparlo. No después de todas las barbaridades que le había dicho cuando rompió con él, desesperada por mantenerlo a salvo.

—Brenda —la voz de Rose temblaba, de tanto que se esforzaba por
conservar la calma—. Siento ser tan dura contigo. Pero mientras el
canciller siga con vida, tienes que ir con cuidado. Si llegase a despertar y
encontrase la menor excusa, la más mínima, para revocar tu indulto, lo
haría —suspiró—. No permitiré que vuelvas a poner en peligro tu vida.
¿Has olvidado ya lo que pasó la última vez?

Nueva Era [Newtmas] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora