°Chapter Twelve¬ Newt°

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Sentado en la penumbra del hospital de campaña, Newt observaba nervioso cómo Alby se revolvía en sueños. Le había subido la fiebre por culpa de la infección.

—¿Qué crees que estará soñando?

Se volvió a mirar y vio a Teresa sentada en la cama, observando a Alby con los ojos muy abiertos.

—No estoy seguro —mintió.

Sabía, por la expresión de angustia de su amigo, que otra vez estaba soñando con su padre. Lo habían pillado intentando robar medicinas para él, después de que el Consejo le denegase los medicamentos; dada la

insuficiencia de recursos médicos, habían considerado que sus escasas probabilidades de mejora no justificaban el tratamiento.

Alby ignoraba qué había sido de él, si había sucumbido a la enfermedad después de que la
confinasen o si aún se aferraba a la vida, rezando para volver a ver a su hijo algún día.

Alby gimió y se acurrucó, igual que hacía Sonya si pasaba una mala noche, cuando Newt se colaba a hurtadillas en el laboratorio para hacer compañía a su amiga.

Aunque nadie le impedía ahora ayudar a Alby,
sentía la misma angustia, la misma impotencia. Si no encontraba los medicamentos perdidos, no podría hacer nada para aliviar su sufrimiento.

La tienda se inundó de luz y de un aire frío y seco cuando Thomas cruzó la entrada a trompicones. Llevaba un arco colgado al hombro y le brillaban los ojos.

—Buenas tardes —dijo sonriendo, mientras caminaba con brío hacia el camastro de su hermana.

Una vez allí, le alborotó el pelo. Teresa aún llevaba la bonita diadema roja.

Alby tenía a Thomas tan cerca que pudo oler el leve tufo a sudor que emanaba su piel, además de otro aroma que no supo identificar pero que
recordaba al bosque.

—¿Qué tal va ese tobillo? —le preguntó a Teresa la vez que se lo examinaba desde todos los ángulos posibles con ademanes muy
exagerados.

La niña lo movió con cuidado.

—Mucho mejor —se volvió a mirar a Newt—. ¿Puedo marcharme ya?

Ella titubeó. El tobillo de Teresa aún no estaba curado, y no tenía modo de entablillárselo adecuadamente. Si lo forzaba, se provocaría un nuevo esguince o algo peor.

Teresa suspiró e hizo un puchero.

—Por favor... No he viajado hasta la Tierra para quedarme sentada en una tienda.

—Tú no tenías elección —dijo Thomas—. Pero te aseguro que yo no me he jugado el cuello viniendo hasta aquí para ver cómo te lo gangrenas.

—¿Qué sabes tú de gangrenas? —le preguntó Newt sorprendido.

Nadie había sufrido nunca aquel tipo de infección en la colonia, y no se podía creer que alguien, aparte de él, dedicara las horas de ocio a leer antiguos textos de medicina.

—Me decepciona usted, doctor —Thomas enarcó una ceja—. No creí que fuera de esos.

—¿De cuáles?

—De esos fenixienses que consideran a los waldenitas unos incultos.

Teresa puso los ojos en blanco y se giró hacia Thomas.

—No hace falta que te lo tomes todo como un insulto, ¿sabes?

Su hermano abrió la boca, pero luego se lo pensó mejor y se limitó a sonreír con aire de suficiencia.

—Será mejor que te cuides o me marcharé sin ti.

Se ajustó el arco al hombro.

—No me dejes —le suplicó ella muy en serio—. Ya sabes lo mucho que detesto sentirme encerrada.

Nueva Era [Newtmas] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora