°Chapter Four¬ Brenda°

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Brenda acababa de ajustarse el arnés cuando oyó un revuelo procedente del exterior. Los guardias rodeaban a dos figuras apostadas junto a la entrada de la nave.

El lío de uniformes le impedía ver con claridad lo que estaba pasando, pero atisbó una manga verde por aquí, un poco de pelo gris por allá y algún que otro destello metálico. Luego la mitad de los guardias se arrodilló para apuntar, y Brenda pudo ver por fin la escena al completo: un chico había tomado como rehén al canciller.

—¡Todo el mundo atrás! —gritó el captor con voz temblorosa. Iba de
uniforme, pero no era un guardia, ni mucho menos. Llevaba el pelo
demasiado largo para lo que dictan las normas, la chaqueta le quedaba
estrecha y sostenía la pistola con la torpeza de alguien que no ha manejado un arma en su vida.

Nadie movía ni un dedo.

—He dicho atrás.

El sopor que la había invadido durante el largo paseo desde la celda
hasta la plataforma de lanzamiento se esfumó como un cometa de hielo que cruza el cielo junto al sol, dejando tras de sí una estela de esperanza.

Ella no debería estar allí. No podía fingir que estaban a punto de
protagonizar una misión histórica. En cuanto la cápsula se desprendiese de
la lanzadera, el corazón de Brenda se rompería en pedazos. Esta es mi
oportunidad, pensó de repente, presa del terror y la emoción.

Se desabrochó el arnés y se puso en pie. Algunos prisioneros se dieron
cuenta, pero casi todos estaban pendientes del drama que se desplegaba en la rampa. Corrió al otro extremo de la nave, donde una segunda rampa conducía a la plataforma de embarque.

—Me voy con ellos —gritaba el chico dando un paso hacia la puerta,
arrastrando al canciller consigo—. Me voy con mi hermana.

Un silencio de estupefacción cayó sobre la plataforma de embarque.
Hermana. La palabra despertó un eco en la mente de Brenda, pero sin darle
tiempo a procesar su significado, una voz conocida la arrancó de sus
pensamientos.

—Dejen que se vaya.

Brenda echó un vistazo al fondo de la nave y se quedó de piedra, atónita
de ver allí a su mejor amigo. Por supuesto, había oído los absurdos
rumores de que Minho había sido confinado, pero no les había prestado atención.

¿Qué hacía allí el hijo del canciller? Mirando los ojos oscuros de Minho, que observaban atentamente a su padre, adivinó la respuesta: había
seguido a Newt. Minho haría cualquier cosa por proteger a sus seres queridos, a Newt por encima de todo.

En aquel momento sonó un chasquido ensordecedor —¿un disparo?— y
un resorte estalló en el interior de Brenda.

Sin pararse a pensar, ni siquiera a respirar, cruzó la puerta a la carrera y remontó la rampa como una exhalación. Sin ceder al impulso de mirar atrás, Brenda agachó la cabeza y corrió como nunca en su vida lo había hecho.

Había escogido el momento justo. Los guardias se quedaron petrificados
por un instante, como si el eco del disparo los hubiera paralizado.

Al cabo de un segundo, la vieron.

—¡Preso a la fuga! —gritó uno, y los demás se volvieron rápidamente
hacia ella. El veloz movimiento activó en ellos los instintos que les habían
grabado a fuego durante los entrenamientos. Daba igual que ella fuera una chica de diecisiete años.

Estaban programados para pasar por alto la vaporosa melena Castaña y los grandes ojos cafés que solían inspirar en la gente el deseo de protegerla. Solo veían a un recluso que intentaba escapar.

Nueva Era [Newtmas] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora