°Chapter Eighteen¬ Newt°

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Cuando Newt y Thomas regresaron al campamento con el botiquín, ya había oscurecido.

Newt solo había pasado unas horas en el bosque, pero cuando pisó el claro tuvo la sensación de que hacía una eternidad que se había marchado.

Hicieron el camino de vuelta casi en silencio, pero cada vez que el brazo
de Newt rozaba el de Thomas sin querer, un cosquilleo eléctrico le
recorría la piel. Se había sentido fatal después del beso y había dedicado
los siguientes cinco minutos a balbucear disculpas mientras él lo miraba sonriendo. Al final, Thomas lo cortó con una carcajada y le dijo que no se preocupase.

—Ya sé que no eres de esas personas que se lo montan con cualquiera en el
bosque —lo tranquilizó con una sonrisa maliciosa—, pero a lo mejor
deberías planteártelo.

Cuando avistaron el claro, la oscura silueta del hospital de campaña alejó al instante sus obsesivas dudas sobre aquel beso. Sujetando el botiquín bajo el brazo, Newt apuró el paso.

La tienda estaba vacía salvo por Alby, que empezaba a delirar de la fiebre, y Teresa, que por raro que fuera se había vuelto a acomodar en su antiguo camastro.

—Es que la otra tienda es demasiado pequeña —explicó enseguida, pero Newt no pudo hacer nada más que asentir.

Dejó el botiquín en el suelo, llenó una jeringuilla y clavó la aguja en el
brazo de Alby. Luego se volvió hacia el botiquín y buscó analgésicos. Le
administró una dosis a su amigo y sonrió cuando vio que se relajaba en
sueños.

Newt se arrodilló junto al enfermo durante unos minutos. Lanzó un gran suspiro cuando advirtió que su pulso se apaciguaba. Por un momento, al mirar la pulsera que le rodeaba la muñeca, se preguntó si allá en el cielo
habría alguien controlando su propio ritmo cardiaco.

La doctora Mary tal vez, o algún otro preeminente médico de la colonia, que examinaría sus constantes vitales como quien lee las noticias del día. Ya se habrían dado cuenta de que habían muerto cinco personas... ¿Atribuirían las muertes a la radiación y se replantearían la colonización o serían lo bastante listos como para deducir que habían fallecido como consecuencia del abrupto aterrizaje? No estaba segura de cuál de las dos posibilidades prefería.

Desde luego, no tenía ninguna gana de que el Consejo expandiese su
jurisdicción a la Tierra. Por otra parte, su madre y su padre habían dedicado la vida a trabajar para que la humanidad pudiera volver a casa.

Un asentamiento permanente implicaría que, en cierto sentido, su sueño se había hecho realidad. Que no habían muerto en vano.

Por fin, volvió a guardar el medicamento en el botiquín y dejó el cofre en una esquina de la tienda. Al día siguiente buscaría un lugar seguro pero, de momento, solo podía pensar en descansar. Y si de verdad había alguien en el espacio controlando el recuento de supervivientes, se aseguraría de que no bajaran de noventa y cinco.

Dio unos pasos temblorosos y se desplomó en su catre sin molestarse en quitarse los zapatos.

—¿Se va a poner bien? —preguntó Teresa. Su voz sonaba muy lejana.

Newt murmuró que sí. Apenas podía levantar los párpados.

—¿Qué otras medicinas contiene?

—De todo —repuso Newt. O, como mínimo, intentó decirlo. Cuando las palabras llegaron a sus labios, el cansancio le había embotado el cerebro. La última sensación que tuvo antes de caer en un sueño profundo
fue la de oír cómo Teresa se levantaba de la cama.

Cuando Newt despertó al día siguiente, Teresa se había ido y una luz brillante se colaba por la rendija de las lonas de entrada.

Alby yacía a su lado, todavía dormido. Newt se levantó con un gemido; tenía agujetas de la caminata del día anterior. Por suerte era uno de esos dolores que te hacen sentir bien; había caminado por un bosque que
los seres humanos no habían pisado desde hacía trescientos años.

Nueva Era [Newtmas] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora