1983

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*ADVERTENCIA: CONTENIDO CON VIOLENCIA EXPLÍCITA, ESCENAS DE MALTRATO Y TORTURA. LEER BAJO PRECAUCIÓN Y NO ROMANTIZAR NADA DE LO QUE AQUÍ SE RELATA*

En el otoño del '83 los gritos se escuchaban desde la oficina de seguridad del Circus Baby's. Las cámaras mostraban imágenes distorsionadas de la figura de un niño corriendo de un lado a otro de la habitación en la que se encontraba atrapado por su propia mente.

Llevábamos días con esto, Christopher no era capaz de avanzar en la simulación y comenzaba a perder la paciencia con él.  Durante este tiempo no pude evitar pensar que todos estos años había criado a un hijo inútil y sin capacidad de resolverse por sí mismo. Mirándolo a través de las cámaras, desgarrando sus cuerdas vocales a gritos, temblando y llorando, inmóvil por el terror que estaba sintiendo, pasaban las horas y yo solo podía sentir repulsión por él.

Era algo que hacíamos día tras día en el restaurante. Le llevaba al piso subterráneo de la pizzería y le encerraba en aquel cuarto oscuro durante un par de minutos, hasta que colocaba los maniquíes de Bonnie y Chica a ambos lados del pasillo y llenaba su habitación con aquel gas alucinógeno cuando por fin me sentaba en esa silla de oficina a observar su conducta.

Una vez dentro, comenzaban las pruebas, y todos los días resultaban fracasar por culpa de ese crío, pero no tenía otra mejor opción por el momento, así que solo había una única solución para él: acostumbrarse a sus alucinaciones para conseguir superar el nivel uno de las pruebas.

Pasábamos tres horas en ese lugar hasta que terminaba la sesión y, después de eso, el gas se iba por los conductos de ventilación y yo recogía a Christopher. Una vez salíamos de la habitación, su respuesta al exponerse al mundo real no cambiaba en absoluto; continuaba siendo un niño normal, alegre e inquieto, un niño que lo único que le entristecía era extrañar a su compañera de juegos favorita, su hermana Elizabeth.

No obstante, sí había un efecto secundario de la exposición al experimento: la fobia a los animatrónicos. Un día después de haber ido a ese simulador por primera vez, Christopher comenzó a experimentar terrores nocturnos, despertaba todas las noches a su madre y a su hermano a gritos por las pesadillas, y le contaba a Clara lo que había soñado antes de volver a dormir.

Michael, mientras tanto, se dedicaba a aumentar el nivel de miedo de su hermano menor. Al principio, era su forma de gestionar la muerte de su hermana pero, con el paso del tiempo, pasó a ser la mejor forma en la que invertía su tiempo libre. A medida que las reacciones de Christopher se volvían más exageradas, Michael más disfrutaba de molestarle. Eran cosas de hermanos, en realidad. Todas las familias pasan por cosas de ese estilo.

Poco a poco se convirtió en un niño cuyas energías se encontraban siempre por los suelos. Vivía agotado y con signos de somnifobia, lo cual le hacía pasarse noche tras noche evitando quedarse dormido por miedo a caer en las mismas pesadillas. Clara intentaba solucionar el problema con una luz quitamiedos que encontró en el baúl de las cosas de Ellie, pero aquello solo lo emporó, pues Christopher se despertaba en mitad de la noche y, debido a las sombras que creaba la luz, entraba en un estado catatónico hasta que su madre le encontraba a la mañana siguiente y conseguía reaccionar.

Un día estábamos hablando en la mesa mientras comíamos y Clara preguntó a su hijo si había ocurrido algo últimamente que pudiera haberle causado todo aquello, algo que le haya expuesto a una situación traumática que quería contarnos y no encontraba el momento para hacerlo. Christopher simplemente se encogió de hombros y, de la forma más natural, respondió:

—No, no entiendo qué me está pasando. Solo recuerdo que un día mi cabeza ya no podía apagarse cuando cerraba los ojos, mamá.

—¿Te refieres a que ya no eras capaz de dormir? —El pequeño asintió, mientras se llevaba el tenedor lleno de pasta a la boca— ¿Por qué? ¿Qué fue lo que sentiste en ese momento?

Él siempre vuelve [William Afton]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora