Freddy Fazbear's Pizza

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Tras dos años retirado en completa soledad, dedicando mi tiempo plenamente a la investigación sobre el remanente, recibí la llamada de mi hijo en un bar a las dos de la mañana. Entre las risas de los hombres, las conversaciones a gritos de los borrachos y el repiqueteo de los vasos de caña en el fregadero, escuché al camarero gritar desde el otro lado de la barra:

—¿Alguien aquí se llama Wade? Hay un tío raro al teléfono buscándolo —todo el mundo se quedó en silencio, esperando que alguien respondiera la molesta interrupción de aquel fornido y peludo hombre.

Me acerqué sin formular palabra y, cuando me vio aproximándome a la barra, dejó el teléfono sobre ella y continuó haciendo su trabajo. Tomé aquel brillante plástico rojo y lo acerqué a mi rostro, escuchando desde la otra línea una respiración fuerte y sibilante.

—¿Sí? —pronuncié, indicándole a la persona a la otra línea que estaba hablando con la persona indicada.

La respiración al otro lado se hizo más intensa, casi parecía como si hubiera empezado a hiperventilar. Tosió, y era una tos húmeda, traté de visualizar mentalmente cómo sería aquella persona. Enferma, casi al borde de la muerte.

Estaba lo suficientemente muerta en vida como para, imaginaba, toser sangre mientras trataba de mantener el aliento. El gran silencio entre ambas partes me hacía dudar de si estaba callado por la sorpresa de escuchar mi voz, o porque realmente trataba de encontrar un momento de estabilidad en su débil cuerpo para pronunciar lo que intentaba comunicar.

—Soy Wade —volví a hablar, no tenía tiempo para aquellas bromas telefónicas.

No me sorprendía que aquella persona supiera el pseudónimo que utilicé para la nota de voz dedicada a Rory, pues había una probabilidad de que la policía hubiera descubierto todo lo que el Circus Baby's ocultaba bajo tierra y se hiciera público. Creí, en ese entonces, que quien me llamaba era algún crío con mucho tiempo libre dispuesto a tomarse a comedia los terrores nocturnos de sus padres, temerosos por que un asesino andaba suelto y podía tomar la vida de su hijo en cualquier momento si gustaba.

Suspiré. Si todo aquello era cierto, contaba con muy poco tiempo para completar mi transformación de forma exitosa y confirmar así que la humanidad no tenía por qué ser necesariamente mortal. Si todo aquello era cierto, esa llamada debía terminar lo antes posible, pues debía regresar a la nave abandonada para terminar mi cometido.

De pronto, una pequeña sombra de duda apareció en mi mente. Había una ínfima probabilidad de que aquella persona aferrándose a la vida al otro lado de la llamada fuera alguien que entró en mi restaurante. Alguien que se adentró lo suficiente en ese mundo para encontrar el Scooper, alguien que no entraría en aquel lugar sin una razón de peso para hacerlo. Una hermana que debía ser rescatada de aquel lugar.

Apreté los dientes y tragué saliva, todo mi cuerpo se tensó ante la idea de que el Scooper hubiera funcionado en un ser humano. Mi corazón latía con fuerza, deseoso de descubrir si realmente Michael había sobrevivido de aquel experimento. Aquello casi podría concluir mis pruebas en seres mortales y, finalmente, habría hecho el favor a Michael de ser el portador de la vida de su hermana. Ellie finalmente tendría un cuerpo humano para comenzar su nueva vida, hasta encontrar otro para poder intercambiarlo.

—¿Michael?

Escuché una risa débil al otro lado del teléfono que confirmó que mi último hijo seguía vivo. Seguía vivo y estaba en Circus Baby's. Finalmente su voz, entrecortada, falta de aire y quebrada, tomó fuerzas para hacerse oír a través del teléfono. Solo tres palabras y, después, la llamada se cortó:

—Iré a buscarte.

Una pequeña sonrisa de dibujó en mi rostro mientras dejaba el teléfono sobre la barra con un par de billetes y me alejaba del local con las manos en los bolsillos de mis pantalones. En el exterior, a pesar de ser de madrugada, la temperatura era agradable. Hacía mucho tiempo que no me detenía a observar mi entorno y conectar con él. Cerré los ojos mientras caminaba con paso lento por la acera, sintiendo la ligera brisa templada en mi rostro y tomando grandes bocanadas de aire que segundos después expulsaba para repetir la acción.

Él siempre vuelve [William Afton]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora