Springtrap

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Me pasé los últimos cinco años viviendo en mi antigua casa, al principio vivía oculto en el cuarto que solía ser de Clara y mío, pensando en cómo iniciaría una conversación con Michael en el momento en el que entrara por la puerta principal. Pensé que seguía viviendo allí, hasta que pasaron los meses y me percaté de que no había señales de él. 

Fue entonces cuando me tomé la libertad de pasearme por casa sin miedo a que me encontrara desprevenido y ocurriera algún percance entre ambos. Comencé a cortar las páginas del diario que llevaba escribiendo sobre el remanente los años anteriores y los pegué de nuevo en las paredes del taller, en la misma en la que descansaba el traje de Springbonnie, magullado, sucio y con áreas del exoesqueleto degastadas o desgarradas por llevarlo arrastrando por el suelo durante tanto tiempo.

Traté de continuar con la investigación lo máximo que pude, sin embargo, llegó un momento en el que me encontré a mí mismo en un callejón sin salida, pues debía tener muestras de remanente para poder analizar la última parte del proyecto y, finalmente, dar por finalizada mi investigación sobre la inmortalidad.

Llegó 1993, un año en el que las catástrofes en Estados Unidos iban al mismo ritmo que nuestra economía. Todo el mundo en esta ciudad había encontrado puestos de trabajo y las viviendas inhabilitadas estaban volviendo a restaurarse para su puesta en el mercado.

A finales de aquel año, debido al auge de las empresas, el Freddy Fazbear's reabrió en una zona nueva de la ciudad. Un local más pequeño debido a que todos los fondos de la empresa habían sido invertidos en su anterior proyecto, era su última oportunidad para despegar en el mundo de los restaurantes familiares.

Por mi parte, aquello me había parecido una oportunidad de oro para conseguir las muestras de remanente que requería para el fin de mi proyecto, pues los trajes que habían apartado en el Partes & Servicios del anterior restaurante, los tomaron y los reacondicionaron para reducir los gastos de empezar de cero.

Mi única oportunidad de completar mi experimento estaba en ese restaurante y no iba a desperdiciarla por absolutamente nada que se interpusiera en mi camino. Perdí toda mi vida para aquello, ya no tenía nada más que aquel cuaderno de notas.

Mi afán por sobrevivir en aquel mundo que me había dado la espalda estaba por observarme escalar glorioso hasta la cima, admirarme desde lo más alto mientras reía ante la patética muchedumbre que desde mis pies se alzaba suplicando por mi ayuda. Querrían ser como yo, querrían ser yo.

A finales de 1993, la lluvia era fuerte por las noches, los fuertes vientos azotaban a los transeúntes que por la calle trataban de regresar a sus casas de forma segura. Aquella noche del viernes yo me encontraba paseando con el coche, los faros delanteros iluminaban torpemente a medida que avanzaba con cautela frente a una zona universitaria desierta de estudiantes. No había nadie paseando por la acera, salvo la silueta de un hombre que vagaba sin paraguas ni chaqueta. Su camisa húmeda se pegaba a la piel de su torso y el viento impactaba con tanta fuerza que, en ocasiones, me hizo pensar en que quizás caería y sería incapaz de volver a levantarse.

No parecía ebrio ni bajo el control de otro tipo de sustancia drogodependiente, solo daba la impresión de ser un lunático, sin embargo, yo reconocía de lejos la espalda de aquel lunático.

A medida que el automóvil avanzaba, pude ponerme a la altura suficiente para ver la mirada perdida de un Henry deteriorado, sucio y perdido en su propia cabeza. Ni siquiera tuvo la intención de girarse a mirar quién era el conductor de aquel coche que circulaba a su lado, arrastraba los pies débilmente y su barba desarreglada, junto con los ojos rojos, podían asegurar a cualquiera que el Henry que pudo haber existido en un pasado estaba completamente perdido. 

Él siempre vuelve [William Afton]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora