Capítulo I

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Tras la mala experiencia que le tocó vivir en un matrimonio que creyó sería la felicidad máxima, Candice White se vio obligada a vivir en el anonimato utilizando su apellido paterno en tanto juntaba el dinero y el valor suficiente para enfrentar a su verdugo en la corte, cuando entablara la demanda de anulación de los votos que hizo cuando tenía escasos dieciocho años de edad.

Acostumbrarse a las carencias no fue tarea fácil para ella, que durante toda su vida vivió en opulencia, pero aquello fue mejor que regresar a casa de sus familia en donde jamás encontró el apoyo moral que necesitó durante aquel tiempo.

Tras la muerte de sus padres en un aparatoso accidente, quedó bajó la tutela de la tia de su madre, quien pertenecía a una de las familias más conservadoras en la ciudad donde vivían, razón por la cual, tres años atrás cuando acudió a ella en busca de ayuda, lo único que consiguió fueron reproches por parte de la estricta mujer, quien, en contra de su voluntad, la hizo volver a casa de su esposo y la familia de este, misma que se convirtió en su cárcel... O peor aún, en un infierno sobre la tierra. Un infierno que tuvo que soportar durante seis tortuosos años, hasta que finalmente juntó el valor y logró escapar de aquel círculo vicioso en el que se había convertido su vida.

Sosteniendo con fuerza una pequeña maleta llegó a la estación de taxis, abordó uno y pidió que la llevara a la terminal de autobuses en donde compró un boleto solo de ida. Al llegar a su destino, caminó por las solitarias calles de aquel pequeño pueblo hasta llegar a la dirección escrita en el trozo de papel que le entregó una de las empleadas que le ayudó a escapar esa noche, aprovechando que no había nadie en la casa salvo ella y el personal de servicio. Su corazón afligido descansó cuando fue recibida con los brazos abiertos por una mujer de aproximadamente cincuenta y cinco años de edad.

—Bienvenida, señora.

—Muchas gracias por recibirme, señora Giddens.

—Llámame, Pony.

—Lo haré si deja de llamarme señora, y en su lugar me llama solamente, Candy —esbozó una leve sonrisa.

—De acuerdo. —la cálida mujer. Tras charlar un poco, Paulina Giddens la acompañó a la habitación que le preparó tan pronto su sobrina le pidió que ayudara a su señora.

El día siguiente, la muchacha supo como las personas con limitaciones económicas vivían con lo que tenían sin preocuparse tanto por el día de mañana. Aprendió también a ganarse el pan con el fruto de su trabajo y, gracias a los atardeceres que aquel lugar le regaló, retomó su pasión. Cambió sus costosas ropas por unas más sencillas, a las que tuvo que agregarles un delantal. Sus suaves y delicadas manos se irritaban constantemente, y su rostro, antes terso, cambió de manera significativa, pero aquello no le importó en lo absoluto, lo prefería mil veces antes que volver al mundo de mentiras y frivolidades que conocía, ese donde tuvo que fingir que era feliz cuando la verdad era otra muy distinta.

Pasado unos meses, y decidida a tomar el control de su propio destino, colocó sus pertenencias una vez mas en su maleta.

—Sabes que puedes quedarte aquí todo el tiempo que desees ¿verdad? —Paulina la miró con ojos suplicantes.

—Lo sé —respondió la muchacha con una cálida sonrisa — No debe preocuparse por mí, estaré bie —. Fueron las últimas palabras que la joven, optimista, le dijo a la mujer que le ayudó cuando más lo necesitó, en tanto la abrazaba para posteriormente tomar su pequeño equipaje en el que cargaba miles de sueños.

Con maleta en mano nuevamente y, haciendo uso de sus pocos ahorros, compró un boleto de autobús que la llevaría nuevamente a aquella ciudad, en donde primero debía enfrentar su pasado para posteriormente abrirse paso y triunfar en la vida, luego ayudar a solventar las necesidades de quien se convirtió en su figura materna durante el tiempo que duró el exilio que se autoimpuso, y hacer más liviana la carga de aquella humilde mujer que le ayudó a recuperar un poco la confianza en sí misma.

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