Capítulo VIII

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El abogado Stuart, se sintió atenazado por el miedo. Estaba atrapado, sin escapatoria. La figura que se mostraba delante de la puerta de su despacho le impedía huir.— Miró a su alrededor, buscando otro modo de salir de aquel lugar, pero no lo había. Solo la ventana situada a su espalda le daba una posible vía de escape, pero se encontraba en un tercer piso, la altura era mucha como para salir ileso a la caída. Por ese motivo se preparó para enfrentarse al ser que amenazaba su vida.

Aquel rostro cargado de odio llevaba días persiguiéndole, como un fantasma en la oscuridad que amenazaba con abalanzarse sobre él en busca de venganza. Al principio no lo había reconocido, solo era una sombra que lo seguía, cuando se bajaba de su auto tras aparcarlo en la calle a unos cuantos metros de su casa.

Una sombra acechándole, vigilante, hasta que una noche, cuando salía del despacho, lo vio. Estaba al otro lado de la calle, con la mirada clavada en él en busca de venganza. Lo reconoció al instante y eso fue lo que hizo que sintiese un miedo como jamás antes en su vida. Un miedo que iba más allá de lo racional y de lo humano. Miedo a algo a lo que no podía enfrentarse.

Aquel día pudo escapar de él, pero ahora estaba dentro de su despacho. Por eso, mientras el miedo le paralizaba, dijo lo único que su mente fue capaz de razonar:

—No puede ser, usted está muerto

El sujeto dibujó una gélida sonrisa y sacó un cuchillo de su chaleco, con el que le señaló. No tuvo necesidad de decir una sola palabra. En cuanto dio un paso al frente, el licenciado Stuart se lanzó hacia la ventana que tenía a su espalda. Sabía que no le serviría de nada pedir ayuda. Nadie trabajaba en el edificio hasta esas horas de la noche, así que, su única esperanza era huir.

El despacho situado debajo del suyo tenía una pequeña terraza, muy estrecha, con una barandilla de metal. Iba a intentar descolgarse hasta ella, se dejaría caer dentro del reducido espacio, y luego entraría en el despacho para huir o pedir ayuda, pero tenía que ser rápido.

Con aquello en mente, abrió la ventana y pasó su cuerpo al otro lado sujetándose del marco inferior con ambas manos. Se dio prisa a ejecutar su plan de escape, al levantar la mirada vio cómo aquel demente se acercaba, moviendo el cuchillo delante de él.

Miró hacia abajo y vio el balcón, a unos tres metros por debajo de sus pies. En otras circunstancias jamás se le habría ocurrido aquella locura, pero el miedo a morir le dio el coraje que en otra situación no tendría. Solo necesitaba soltarse y mantenerse erguido para caer dentro del balcón. Podía lograrlo. Aunque no era tan joven, se mantenía en buena forma, y, con la agilidad suficiente para no fallar.

Estaba descolgado de la ventana de su despacho, con todo el cuerpo fuera y sin otra opción ya que dejarse caer. No tenía fuerzas suficientes para regresar a la ventana, pero algo en su interior hacía que se resistiese a soltarse. Hasta que levantó la mirada y vio al sujeto asomado, con aquella fría sonrisa reflejada en el rostro. Esa fue la señal de que no podía dudar más. —Sus manos se soltaron del marco de la ventana y se precipitó al vacío. Tal y como había calculado, cayó dentro del balcón, aunque no lo hizo del modo que esperaba. Su cuerpo se desequilibró, cayendo hacia atrás y golpeándose la espalda con la barandilla. El golpe hizo que su cuerpo voltease por encima de ella.

En el último momento, el licenciado Stuart trató de agarrarse a la barandilla, pero sus manos solo encontraron un vacío que le envolvió mientras se precipitaba hacia la calle sin que nada ni nadie pudiese impedirlo.

Antes de que su cuerpo impactase contra la acera miró por última vez hacia la ventana de su despacho, donde aquel que suponía muerto, le miraba con satisfacción mientras pronunciaba:

—Jaque mate... uno menos.

El suceso fue la noticia del día en la ciudad de New York. —Con periódico en mano, Terrence se puso en contacto con Albert.

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