Capítulo X

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Carson manejaba con precaución. Tenía que cuidar el auto. Un buen bache destrozaría el eje con toda seguridad. Niel iba sentada a su lado. De tanto en tanto, Carson le echaba una mirada rápida. El hombre lo intrigaba. No lograba ubicarlo. Algo le decía que lo llevaría a alguna parte, que lo conduciría hasta la clase pudiente, sin embargo, aunque le fascinara la idea, se retraía un poco, no confiaba en él.

El día siguiente al encuentro, tan pronto los rayos del sol salieron, comenzó su trabajo. Siguió a una distancia prudente el auto de la señora Granchester, se vio obligado a aparcar en la calle, al notar que detrás de él, otro auto los seguía discretamente.  Anotó la matrícula del coche, y mientras manejaba rumbo al bar que solía ir, llamó a Garcia para que buscara información, en cuanto la tuvo, se dieron cuenta que las cosas no serian fáciles y tenían que esperar a que bajaran la guardia.

Carson rumiaba sus pensamientos mientras miraba fijamente el camino, blanco y polvoriento a la luz de los faros. —Ese tipo sabe pegar —pensó recordando lo sucedido semanas atrás, mientras miraba a Niel por el rabillo del ojo.

—Encárgate de esa mujer. Vigílala, y háblale con firmeza, golpéala si es necesario, y si las cosas se salen de control, yo mismo le pondré fin al asunto —dijo Niel sacándolo de sus cavilaciones. —Sacó un arma automática de adentro de su chaqueta, la hizo girar en la mano, para que Carson la viera y luego la guardó.

—¿Que demonios fue eso?

Niel lo observó con atención

—¿No le tendrás miedo a un arma? —preguntó el moreno con evidente burla.

Carson pasó la lengua por los labios con inquietud. Después de un rato dijo:

—¿No irás a matarla?

—Seguro que sí, si se pone histérica —dijo Niel—. No será la primera persona que mato.

—¿A qué viene eso? —preguntó un nervioso Carson. Ese hombre estaba realmente demente.

—Sal de la carretera —ordenó Niel

Carson obedeció, y en cuanto el auto se detuvo, Niel se inclinó hacia él con pistola en mano, arrinconándolo en el extremo del vehículo.

—Escucha —murmuró Niel apretando la mandíbula —, quiero que entiendas bien esto—: yo soy el que hace las preguntas y tú respondes, yo doy las órdenes y tú las cumples. ¿De acuerdo? Voy sobre un gran objetivo y nadie me va detener. Si se ponen en mi camino van a perecer muchos, ¿entiendes? Dentro de poco los tendré a todos comiendo de mi mano. Aceptaste unirte a mí —lo miró fijamente —si decides dar marcha atrás, alguna noche oscura puedes sufrir un lamentable accidente. Sabes demasiado ¿Entiendes? —lo apuntó con el arma —tú decides.

—Claro —admitió Carson—. Entiendo. Claro. Tú eres el jefe.

Niel lo escrutó con sus ojos fríos.

—Mi estúpido medio hermano hablaba así y al final desobedeció mis órdenes. Tuve que darle su merecido —rechinó los dientes —por su culpa y sus retorcidos gustos,  me encuentro en esta maldita situación. —Niel lanzó una ráfaga de insultos al recordar su condición actual. No podía presentarse ante la sociedad como Daniel Leagan, puesto que fue declarado muerto, debía hacerlo bajo la identidad de Dough Leagan... —Aunque le repugnaba la idea, esa era su única opción que tenía, o continuar viviendo bajo las sombras. Pero había un problema... Susana Marlowe... esa mujercita sabía la verdad, y él tenía que controlarla.

—No tendrás ningún problema conmigo— aseguró Carson. —Haré todo lo que me digas.

—Eso espero.

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