Capítulo 3

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Crazies era tan amado como repudiado por la gente del barrio, pues era justamente ahí donde hombres solitarios entraban para tener un poco de compañía, no solamente para tener sexo, a veces solamente acudían a ese sitio para tener alguien con quien charlar, olvidarse por algunos minutos de la inmundicia que rodeaba su vida y lo solos que se llegaban a sentir; no obstante, también era un sitio donde hombres casados despilfarraban su sueldo por la posibilidad de estar con una mujer con quien nunca podrían haberse acostado, de no haber una cantidad de dinero de por medio.

Muchas veces, aquel sitio había sido objeto de demandas y acusaciones por trata de personas los vecinos incluso filmaron en varias ocasiones la forma en que decenas de jóvenes mujeres descendían de camionetas, mostrando condiciones desfavorables en su vestimenta, presentado golpes y marcas de maltrato, pero la policía nunca hacía nada en contra de Roger y la mafia que cargaba a sus espaldas.

Crazies tenía sus puertas abiertas todos los días, a todas horas, confiando en que siempre habría algún pervertido, algún alma solitaria, o simplemente un borracho con ganas de beber un trago. Roger sabía nutrir muy bien la adicciones y los vicios de las personas.

El domingo por la mañana, el infame proxeneta y tratante de personas, se encontraba sentado frente a su escritorio, con varias pilas de billetes frente a él, haciendo cuentas y empacando su dinero en bolsas que luego acomodaba dentro de una pequeña maleta. Casi concluía lo que hacía cuando alguien tocó a su puerta. Una sonrisa se dibujo en el hinchado rostro de Roger, pues solamente había una razón por la que alguien llamaría a su puerta ese domingo, un motivo que le entusiasmaba como pocas cosas en el mundo lograban hacerlo.

- Pasa - dijo Roger. Un hombre grande y muy fuerte asomó la cabeza.

- Ya llegaron jefe.

- Vamos a recibir a nuestras nuevas invitadas - contestó el dueño del lugar, con una peculiar alegría y mostrando una siniestra sonrisa.

Roger salió por la parte trasera del club, donde una camioneta se encontraba rodeada por algunos de sus hombres quienes, en cuanto vieron a su jefe, se pararon muy rígidos, tensos, pues no era una situación excepcional que aquel hombre decidiera machacar a golpes a uno de ellos por razones inverosímiles. Él asintió mirando las puertas de la camioneta y dos hombres las abrieron, antes de obligar a no menos de una decena de chicas a bajar del vehículo e ingresar al club.

Roger desapareció por un momento mientras las mujeres eran llevadas a una habitación secreta en el sótano, un lugar asqueroso y maloliente, donde el piso se encontraba tapizado de colchones sucios, con manchas de sangre, distribuidos por el suelo que era recorrido por algunas ratas y una cantidad de insectos que solamente vivían en lugares manchados por la putrefacción. Las chicas se formaron hombro con hombro, mientras los hombres que las habían llevado las vigilaban cuidadosamente, esperando que su jefe regresara, trayendo consigo a sus prestigiosos amigos.

Las risas de tres hombres se escucharon mientras ellos bajaban las escaleras. Poco después apareció Roger, sonriente y con la cara sonrojada, acompañado de dos hombres más, ambos mostrando una apariencia que hacía saber al mundo entero que eran personas de cuidado, con quienes no era una buena idea meterse en problemas. Uno de ellos estaba uniformado, con su ropa azul y un saco en cuya parte frontal izquierda, se mostraban una gran cantidad de condecoraciones; el otro sujeto estaba vestido con un traje que, de solo mirarlo, una persona podía darse cuenta de que era sumamente costoso.

- Buenos días señoritas, espero que hayan tenido un viaje delicioso, estoy seguro de que los chicos las trataron de maravilla. Los caballeros que me acompañan son: el comandante de la policía, a quien corresponde vigilar la seguridad de este distrito, y el caballero tan elegantemente vestido, es nuestro fiscal. Así que si a alguna se le ocurre la estupidez de hablar con la policía, que sepa que lo único que logrará es caer en las manos de mis amigos, quienes las traerán de nuevo aquí, para ser violadas por tantos hombres como sea humanamente posible soportar, antes de que yo las mate; así que más les vale tener la boquita cerrada y obedecer en cada orden que se les dé, espero que les haya quedado claro - dijo Roger, pero solo unas pocas respondieron, entre ellas los hizo una chica llamada Sam.

Gabriela: hasta el último roundDonde viven las historias. Descúbrelo ahora