III

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Luego de unos minutos intentando llamar a mi madre y ver a Alice desesperada por irse, decidí acostarme y pensar en que estaba pasando, ya que algo me olía mal.

¿Porque Alice estaba desesperada por irse? o ¿porque yo tenía la necesidad de no salir de mi casa por sentir que me observan aunque no había nadie?

A la tercera vez que intenté marcar Alice me sacó el teléfono de un apuro y tapándose la cara sus últimas palabras fueron "se acabó el tiempo Kara, adiós". Luego de eso, no volví a verla desapareció al igual que sus hijos, adentrándose al bosque.

Cerré la puerta con velocidad, poniendo el candando y llevándome la llave. Al cerrar la puerta, senti un escalofrío recorrer por mi espina dorsal. Un miedo intermitente e inexplicable se apoderó de mi, haciendo que subiera corriendo las escaleras a mi habitación.

No entendía que estaba pasando, y porque me estaba pasando esto a mí. Sentí mis mejillas mojadas al ver que mis lágrimas corrían por todo mi rostro, de alguna manera la frustración, el cansancio y probablemente el miedo serían los factores principales del por qué estaba llorando.

Cuando vine a ver la casa todo parecía perfecto, incluso vine meses seguidos para ver cómo era el pueblo, las personas que vivían y habitaban. Pero no era así, no de la manera que es ahora.
Habían otras personas habitándolo, el silencio no reinaba, solo era paz. Una paz inquietante que ahora ya no estaba.
El reloj de la pared me ponía más nerviosa, el sonido de las agujas moviéndose era insoportable, estaba marcando que eran las 11 pm, y yo aún estaba sin poder dormir. La noche estaba fría, había una fuerte brisa y llovía de manera que parecía que el cielo se iba a caer.

Intenté limpiar mis lágrimas pero era imposible mis manos estaban temblando de una manera que hace mucho no pasaba.
Cuando tenía 13 años, fui diagnosticada por ansiedad generalizada. Sufriendo muchos ataques, bullying por parte de las personas con las cuales estudiaba, y mucha medicación.
Me levante de la cama de un tirón, corriendo a mi bolsa de emergencias donde se encontraban mis pastillas, agarré una píldora y la puse debajo de mi lengua, intentando calmarme y poder nivelarme nuevamente.

— Tranquila solo es un mal día ya va a pasar. — Me decía una y otra vez mientras movía mi mano en mi pecho, de manera que el doctor me había enseñado, sentí como poco a poco el corazón no estaba en mi garganta y mis manos no temblaban, al menos lo hacían menos.

Luego de poder calmarme, decidí lavarme los dientes, la cara y recostarme a dormir. Había sido un día tan pesado que solo quería dejarlo atrás, estaba convencida de que era un mal comienzo pero que luego iría todo bien, que las cosas, el pueblo y yo misma mejoraría repentinamente.

Veía como las agujas se movían y sonaban en cada segundo, al igual que las gotas de lluvia golpear la ventana con fuerza. La luz de la luna entraba perfectamente hacia donde mi cama se encontraba, aunque las nubes tapaban parte de ella, entre tanta oscuridad estaba la luz.

La luz.

Quizá podría tratarse producto de mi imaginación pero esta parecía hacerse cada vez más clara al punto de cegarme por completo.
Como si un gran foco de luz estuviese apuntando justo a mi ventana.
Junto a este, gritos empezaron a hacer presencia.
Los escuchaba por todos lados, los sentía tanto a metros mío, como a mis costados incluso dentro de mi cabeza, de manera desesperante y sofocante.
Se hacían cada vez más y más fuertes, hasta el punto de ser insoportable. Con ambas manos y con toda la fuerza que pude tapé mis oídos pero el ruido no parecía hacerse menos.

Sentía como me iba volviendo liviana, como de a poco la luz iba subiendo y bajando su intensidad, como si estuvieran controlando aquello. Sentí como el cuerpo sudaba, los ojos pesaban y de un momento a otro sentí como perdía por completo el conocimiento.

PULSO - Supercorp Donde viven las historias. Descúbrelo ahora