Capítulo 9.

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Alana desde ese momento en el que Aris le robó un beso sintió que no podía haber un mundo en el que él no estuviese junto a ella, ya fuesen amigos o lo que fuese.


"Alana sabía que Aris a veces podía hacerla llorar a mares, a veces no se daba cuenta de lo que decía ni cómo lo decía. Quizás es que estaba muy metido en su mundo. Pero también él le daba motivos para sonreír y dejar de llorar."


Después de eso, entre juegos Aris cogió a la chica en peso metiendola en el agua. Gritaba de forma tan aguda que le resultaba cómico.


Luego de eso, se rebolcaron por la arena, para ellos era tan cómoda como sus propias camas. No podían parar de besarse, una y otra y otra vez. ¿Quizás era adictivo? 


Sí, parecía serlo.


Quizás los labios de Alana sabiesen a caramelo para Aris, y quizás para Alana los labios de Aris estaban en una escala tan prohibida que le resultaba atrayentes.


No solo tenían prohibido salir ante su padre, sino ante la sociedad. Ella todavía era menor, y él por el contrario no. 


A Alana tan solo le quedaban tres meses para ser libre.



Tras estar en la playa caminaron un poco más allá de la carretera principal. Llegaron a un gran campo de hierba seca. 

La noche ya había caído, pero Aris se acordaba bien dónde guardó la caja. Tras el árbol más alto y poblado de la zona. 


La chica le esperaba sentada más allá sentada. 

No quitaba la vista del ciego. Estaba lleno de estrellas, parecía no haber ningún hueco entre ellas. 


Aris abrió la caja y el perro salió como loco. Llevaba ahí dos horas el pobre. 


Salió correteando tan feliz. A Aris le recordaba la alegría de ese perro a Alana. Dicen que los dueños se parecen a sus perros, o viceversa. Quizás estaban destinados a estar juntos.


Alana se quedó sin palabras cuando el pequeño inquieto se acostó sobre ella esperando mimos.


Era un pequeño perrito muy peludo que le resultaba peculiarmente adorable. 


-Sé lo que vas a decir.- se le adelantó el chico poniendose de cuclillas. 


Ella con añoro acariciaba al perro.


-Quiero que te lo quedes... No quiero precionarte, pero quiero que seas feliz, y no solo cuando yo esté delante. Quiero que cada vez que llores abraces al perro, y que veas que no estás tan sola como crees.- se mostraba serio. Nunca hablaron tan serios, o al menos tanto tiempo. -Quiero que seas feliz a cada hora.-


Alana levantó la mirada y mostró una sonrisa algo confusa sin saber qué decir. 


Querido y odiado Aris.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora