Capítulo VIII: Hacía ti

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La mujer tomó una carroza y comenzó a viajar hacia el oeste, donde las estrellas le indicaban qué iba hacia la pequeña alma. Sin embargo ella podía vivir mucho tiempo sin envejecer un día, no así su bebé. Así que usó su magia para ralentizar el proceso de crecimiento del feto, es decir, hacer más lento el desarrollo de la criatura en su vientre. Quería que su amado conociera a su hijo, así le tomará mil años, aunque para ella 100 años son tan solo un día. Por lo que mientras viajaba hacia España rezaba un verso maldito qué le habían enseñado cuando era mucho más joven.

No llores mi niño que yo estoy aquí,
con la sonrisa de la luna
te arrullare como en una cuna,
quedate tranquilo justo ahí.

Cálido en la oscuridad,
espera sereno en ese silencio,
hasta que el manto nocturno nos de seguridad,
con mis manos te acarició,
aunque no te pueda ver,
eres todo mi amor, mi ser.

Duerme seguro en la cuna
de ese cálido amor de mi alma,
espera hasta que el invierno terminé,
eres tan brillante como la luna,
qué preciosa sonríe en calma,
hasta que este dolor culminé.

No llores mi niño que yo estoy aquí,
con la sonrisa de la Luna,
te arrullare como en una cuna,
quedate tranquilo justo ahí.

Con esa oración lograba poner en un estado de letargo a su bebé. Al menos por otros 28 días, durante el ciclo lunar, mientras había luna nueva el feto seguía su desarrollo, es decir, solo crecía dos días por mes. Tenía mucho tiempo, así que viajaba solo unas horas diarias mientras miraba la única foto que tenía de Ulquiorra.

Normalmente un embarazo duraba diez veces lo que dura el ciclo de la luna, 280 días, sin embargo al retardar el proceso solo permitía qué creciera 23 días al año. Así que tardó más de 12 años en que llegará a termino. Las luces de aurora de almas, la guiaban hacia tierras desconocidas, más allá del Atlántico, pero los españoles no iban hacia ese lugar, sino un poco más al sur. Los únicos hombres que navegaban en la dirección que necesitaba eran los ingleses, pero debía subir al barco correcto.

Debía arriesgarse un poco volando por su cuenta, la mejor opción era en una noche de tormenta. Su bebé no iba a tardar en nacer, debía darse prisa en partir a lo que llamaban América. En aquella terrible oscuridad, apenas iluminada por los rayos que caían una silueta de una mujer con alas y una cola. El viento y las olas la arrastraban hacia a un lado u otro, aún así se aferró a su redondo estómago.

Entonces pudo ver una embarcación no lejos de Inglaterra, le dio un poco de miedo por no saber que clase de personas estaban abordó

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Entonces pudo ver una embarcación no lejos de Inglaterra, le dio un poco de miedo por no saber que clase de personas estaban abordó. Aún así decidió subir, sin su forma completa era difícil volar con ese clima. Tenía hambre así que se puso a explorar un poco el barco. Luego de no mucho rato encontró la cocina, allí se quedó, se puso una pañoleta en el cabello para no llamar la atención, comió algunas cosas, se resguardo entre barriles y ollas. Una vez que terminó la tormenta los tripulantes comenzaron su rutina, mientras no saliera mucho de ese lugar y contestará: "si señor" o "si capitán", poco preguntaban por ella. Obedecía para no meterse en problemas, desde pelar papas hasta lavar el piso. No era algo que ella hiciera muy seguido y menos en una situación casi de esclavitud, pero debía llegar pronto al otro continente.

Le daba miedo, ella había vivido siempre en Europa, había visto las cosas cambiar, las montañas nacer, los bosques crecer, a los ríos tallar la tierra y a los hombres vagar por las llanuras. Sin embargo, debía encontrar a Ulquiorra, el único hombre al qué había amado, así que esa noche, anuncio el marino qué había tierra a la vista, estaban por arribar a Gran Bretaña. Era momento de bajar de ese barco para buscar el siguiente, brincó hacia el mar y voló en dirección a la famosa isla. Aunque lo que vio, olió y sintió no le era de su agrado, la muy mencionada ciudad de Londres era una porquería. Llena de gente con ropa desalineada, sucia, desgastada y vieja; la mayoría de las calles tenía un olor pestilente, era nauseabundo entre orina y excrementos. Podía parecer bonita a la distancia, pero en realidad era fea, además de llena de ladrones, prostitutas y enfermedades, debía salir pronto de allí.

No quiso esperar, se arriesgó a volar sobre el mar Atlántico, no debía ser muy difícil encontrar otro barco rumbo a las 13 colonias. En estos años había perdido casi todas sus pertenencias, apenas un pequeño morral llevaba las últimas cosas que le quedaban. No lo soltaba, lo llevaba amarrado a su pecho, cerca del corazón para no olvidar nada. Una tormenta empezó a caer, haciendo gigantescas olas, no había visto navíos en kilómetros, así que era seguro que nadie la vería. Se volvió monstruosa, al fin volvía a ser ella, así que se elevó en el cielo, rápidamente avanzó, desde entre las nubes pudo ver a un elegante barco de peregrinos, así que espero para poder subir al velero.

En sólo unos días llegó a aquellas tierras desconocidas, eran bellos parajes de bosques y praderas, a comparación de Francia o Inglaterra era libre, salvaje. No sabía cómo sería su bebé, podía ser como ella o un simple humano, así que no debía estar entre las personas, por lo que se aisló en una pequeña cabaña abandonada cerca de las montañas para dar a luz. No tenía experiencia en ello, pero hizo su mejor esfuerzo, si por siglos las mujeres habían podido tener bebés sin ayuda ella podría. Pasó horas luchando para poder expulsar al feto de su cuerpo. Finalmente alumbró, escuchaba una débil voz que se quejaba, así que se arrastró para ver a su bebé, estaba lleno de líquido y sangre, conectado a una bolsa púrpura. Era idéntico a ella, pero era de especie humana como su padre. No sintió decepción, sino alivió, cortó el cordón con sus afiladas garras, lo limpió con su lengua como toda madre por instinto. Lo pegó suavemente a su pecho para animarlo a amamantar, cuando el diminuto ser se prenso a su seno suspiró con alegría.

- Mi pequeño bebé. No te pareces mucho a tu papá... excepto porque eres un niño... No sé que nombre te daría tu papá... pero yo te llamaré Kazui, Inoue Kazui... no debes crecer tan rápido... porque hay que esperar a que tu papá regresé a casa... él nos lo prometió y yo lo vi venir aquí, así que solo debemos esperar... - dijo la pelirroja

Su pequeño solo sonrió como si las palabras de su madre le hubieran dado gusto. Lo besó en la cabeza, el dúo se empezó a quedar dormido con ese sueño tan dulce y tierno de volver a ver a Ulquiorra.

-------------- Capítulo completo --------------

La peculiar dueña de la tienda de perfumesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora