20. La noche en vela

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<< ¿Cuánto tiempo he de esperar para tenerte bajo la luna? >>
Noche en vela, Guaraná

Luisita tenía a Amelia tumbada sobre ella casi dormida, se había quedado tan relajada que incluso creía que en algún momento se le iba a caer la baba en su cuello y aquello lejos de horrible le parecía simplemente perfecto.

Le parecía tan tierno lo sucedido hace un rato, haber tenido a Amelia para ella, llevarla de su mano poco a poco al éxtasis, sin prisa, con toda la calma del mundo. Nunca se había sentido tan cómoda con alguien como para hacer algo así, las relaciones sexuales que solía tener eran más bien duras y carnales, porque además rara vez repetía, y sin embargo con ella había intentado hacer todo lo que la hubiera gustado que hicieran con ella en su primera vez. Definitivamente la conexión entre ambas era máxima e insuperable.

La rubia se daba cuenta de que aún estando feliz seguía algo excitada y sentir la respiración de la morena en su cuerpo, que hacía subir y bajar su pecho rozando toda la piel con su cuerpo, no ayudaba del todo. Aunque era verdad, ella se había quedado satisfecha al sentir como Amelia había alcanzado entre sus dedos el clímax.

No podía negar que su cabeza volaba y pensaba ahora las mil y una maneras en las que quería hacer suya a la morena, y por eso no era capaz de dormir, quería hacerla tantas cosas que su entrepierna a ratos incluso dolía. Pero sabía que debía ir despacio con ella, nada se construye en un día, ni siquiera alguna ciudad antigua.

La respiración de Amelia cada vez se notaba más calmada parecía entregarse al sueño, pero entonces Luisita sintió como las yemas de sus dedos empezaban a recorrer su costado erizando cada poro de su piel. La rubia contuvo el aliento mientras intentaba controlar sus impulsos, Amelia era puro fuego y ella sentía como su cuerpo empezaba a arder de nuevo.

La morena bajó una de sus piernas haciendo que su rodilla rozase la intimidad de la rubia, los ojos de Amelia se abrieron de golpe al notar la gran humedad que había en ella, el morbo producido era insuperable. ¿Es que Luisita en vez de vagina tenía un pozo sin fondo en el que la lubricación era interminable?

Amelia dejó salir un suspiro y por un momento dudó, Luisita le había dicho que estaba bien... Se había dedicado en cuerpo y alma a su placer, con toda la delicadeza del mundo... Ella no quería forzar nada... Pero notarla así hizo sonar su alarma interna que ahora pedía a gritos más, mientas sentía un pinchazo en su propia intimidad.

La morena, haciéndose la dormida, levantó la pierna que antes había bajado y la colocó al otro lado de la rubia, que se quedaba blanca por momentos al notar el resto del cuerpo de Amelia colocarse sobre el suyo. Luisita por un instante tuvo ganas de bajar las manos por la espalda de Amelia y aferrarse a sus glúteos para que moviese las caderas sobre ella, aquellos pensamientos impuros definitivamente no ayudaban a su tranquilidad.

Amelia se quedó parada mientras se acomodaba discretamente sobre Luisita, se incorporó mínimamente y fue entonces cuando lo sintió, cuando perdió por completo la razón, sus sexos se encontraron por un momento, y aún manteniendo ahora cierta distancia, las palpitaciones volvían a su entrepierna.

La morena, que no sabía por donde empezar, tímidamente deslizó de nuevo las yemas de sus dedos por los costados de Luisita, que sentía un hormigueo en su interior. Amelia esperaba alguna reacción de Luisita, con disimulo abrió sus ojos y la encontró con los suyos ampliamente abiertos mirando al techo.

- Luisita... - Dijo muy bajito, con sus labios temblorosos.

- Amelia... - Susurró la rubia, que sentía su cuerpo reaccionar al contacto y vio su tranquilidad aún más nublada al sentir el néctar de la morena escurrirse por su muslo.

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