4. NEGACIÓN

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El silencio llenaba la enorme cocina de paredes blancas y suelo negro. No había rastro del equipo de cocineros. Sebastian les había dado un pequeño descanso en cuanto el maestro Vóler le pidió unos minutos para hablar a solas. La tensión se palpaba entre ambos, siendo el choque de la hoja del cuchillo que sujetaba el cocinero contra la tabla de cortar lo único que podía escucharse. A pesar de que llevaba años encargándose de alimentar a todos los miembros del ejército, todavía no se había acostumbrado a esa ardua tarea y el corte de la cebolla seguía produciéndole un fuerte picor en los ojos.

Él adoraba la cocina, siempre había soñado con ser uno de esos famosos chefs que salían por la televisión, acompañados por una chica guapa mientras preparan sofisticados platos con exóticos ingredientes. Sin embargo, allí estaba, en la base militar de Narsova, cocinando para más de quinientas personas. Desayuno, comida, cena. Un día sí y al otro también. Sin descanso, sin fiestas.

La función de los cocineros iba más allá de preparar, servir los platos y mantener la cocina impoluta. También ayudaban a controlar a las jaurías de alumnos en el comedor, lo que era toda una batalla campal, y se encargaban del seguimiento de todo lo que comían cada uno de los alumnos y soldados de la Academia, apuntándolo todo en una hoja de control que luego facilitaban al equipo de nutricionista para que ellos programaran las dietas. Todo aquello le gustaba, sobre todo porque ayudaba a que Liana creciera sana y fuerte, pero, a pesar de que amaba su trabajo, la dura vida que llevaba le hacía ver que las cosas eran mucho más sencillas cuando todavía era un respetado soldado del ejército de Narsova.

Concentrado en su tarea, Sebastian no mediaba palabra con el maestro, tan solo esperaba a que él le dijera lo que quisiera que fuera que quería decirle para que se marchara de allí. Vóler lo miraba sin saber muy bien por dónde empezar, pero había decidido ser él quien debía contarle lo sucedido durante aquella trágica noche en las heladas tierras del norte.

—Se trata de Karolo, Seb —dijo Vóler, rompiendo el silencio entre ambos. 

—¿Qué le ocurre? —preguntó Sebastian sin dignarse a mirarlo, continuando con sus quehaceres.

—Ha perdido la vida.

Sebastian se quedó helado y el corte de las cebollas se detuvo, al igual que el tiempo. Durante unos eternos segundos pudo ver en su mente muchos de los momentos que había pasado con su gran amigo, y cada vez que pensaba en todas las hazañas que había vivido con Karolo, se le estremecía el cuerpo por la emoción y la adrenalina, justo lo que le faltaba allí. No podía creerse qué, después de lo que Fransis Vóler le acababa de decir, aquellas aventuras no podrían volver repetirse nunca más. No pensaba en retomar las armas, pero saber que su mejor amigo había perdido la vida durante la noche anterior lo destruía por completo y, sin más, de sus ojos cayeron dos gotas que se deslizaron lentamente por sus mejillas hasta estamparse contra el mostrador. Poco a poco, el irritante picor en sus ojos producido por el corte de la cebolla fue desapareciendo al ser suavizado por sus lágrimas.

El maestro Vóler veía como el cocinero se desmoronaba ante la noticia, siendo incapaz de seguir trabajando.

—¿Estás bien? —preguntó Fransis, intranquilo por su amigo.

—Sí —respondió el cocinero antes de volver a su tarea—, solo es la cebolla. No te preocupes.

Vóler se acercó a él y puso su mano sobre el lomo del cuchillo, deteniendo el corte.

—Sabes que no puedes pedirme eso —dijo Vóler, mirándolo a sus ojos azules enrojecidos por las lágrimas.

—¿Puedes irte? —le pidió Sebastian—. Tengo mucho que hacer.

EL CICLO DE ÉNDEL: La Leyenda de los ArcanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora