23. EL ALTERCADO

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El comedor estaba casi vacío cuando Magno entró en la sala después de finalizar uno de sus duros entrenamientos, tan solo unos pocos soldados del turno de noche comían tranquilamente en las mesas. No había ruidos, ni gritos, ni correteos de un lado para otro cómo solía pasar cuando coincidía con los alumnos, sobre todo con los más pequeños. Esa era otra de las cosas que más le gustaban de sus horarios de trabajo. Nada más cruzar la puerta, el soldado cogió una de las bandejas y se fue directo hacia el mostrador para servirse un bol de arroz con pollo, guisantes y zanahorias. Desde allí podía escuchar como Sebastian cantaba en la cocina al mismo tiempo que batía con fuerza unos cuantos huevos en un pequeño recipiente de metal. El cocinero parecía disfrutar de cada segundo que pasaba en aquella cocina. 

—¡Magno! —exclamó el cocinero al verlo a través del hueco de la ventana que unía el comedor con la cocina. Sebastian sacó la cabeza por ese espacio—. ¿Cómo estás, chico?

—Bien —respondió el soldado sin levantar la cabeza, centrado en servirse la comida.

—Me alegra oír eso —dijo el cocinero, dejando el recipiente sobre el mostrador de la cocina—. Ayer no tuve tiempo de hablar contigo sobre lo de tu padre... —Su rostro aún seguía entristeciéndose cada vez que mencionaba su amigo.

—Y no es necesario que lo hagas, Sebastian —le interrumpió Magno—. Ya sabes de sobra que él y yo no nos llevábamos bien.

—Bueno, eso no quita que pueda haberte afectado su pérdida.

—Te he dicho que estoy bien —respondió el soldado en un tono mucho más duro y firme después de levantar la vista para mirarlo—. No hace falta que te preocupes por mí. Se cuidar de mí mismo. Llevo años haciéndolo.

—Lo sé, lo sé, pero ahora que él no está...

—Déjalo, Sebastian —Magno terminó de servirse la comida y cogió la bandeja para irse directo hacia una de las mesas sin decir nada más.

—Está bien. Como quieras —contestó el cocinero, volviendo a meterse en la cocina.

«Desde que ella se fue, nadie se ha preocupado nunca por mí. Ni siquiera él. Y nunca lo he necesitado. No voy a dejar que eso cambie ahora. Depender de los demás. Necesitarlos. Eso solo te hace más débil. Y yo no puedo permitirme eso» pensó Magno mientras caminaba. En cuanto alcanzó una mesa libre, la más apartada de todas, se sentó en soledad a disfrutar de su almuerzo, pero la calma pronto fue interrumpida por Elva.

—Hola, Magno —lo saludo alegremente ella y se sentó frente a él.

—¿Qué quieres ahora, Elva? —le preguntó él sin levantar la vista del bol de comida, llevándose un poco de arroz a la boca.

—¿Has pensado en lo que te he dicho?

—No hay nada que pensar —contestó Magno después de soltar un suspiro de desesperación, cansado del tema—. Déjame comer en paz.

—Yo diría que sí que lo hay. Y creo que estás celoso de que Mika se haya ido con él.

—Eso no me importa—respondió él, aborrecido con la conversación.

—Yo solo trato de avisarte —dijo la chica mientras se acercaba a él para que la mirase a la cara—. Al fin y al cabo, he compartido habitación con ella durante muchos años. Si alguien la conoce bien, esa soy yo.

—¡Ya basta, Elva! —exclamó Magno, provocando que todos los soldados del comedor centrarán la vista en ellos.

—¿Va todo bien? —le preguntó un soldado a Elva después de acercarse hasta ella.

—Sí, tranquilo —respondió la chica y su compañero volvió a su asiento después de desafiar a Magno con la mirada.

—¿Qué mira ese imbécil? —murmuró Magno antes de devolver la vista hacia Elva—. Mira —dijo en un tono mucho más sosegado—. Sé que solo quieres ayudarla, pero no va a pasar nada entre nosotros. Nunca.

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⏰ Última actualización: May 05 ⏰

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EL CICLO DE ÉNDEL: La Leyenda de los ArcanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora