20. UN ENCUENTRO INESPERADO

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El inexistente sonido del silencio inundaba la sala de altas estanterías de un color blanco impoluto, todas cargadas con viejos libros que ya casi nadie utilizaba desde que los ordenadores habían llegado, digitalizando toda la información que acumulaban los tomos de cuero y papel. Al igual que en el resto de las estancias de la Academia Militar, la luz del Nácadis estaba muy presente, iluminando el espacio a la perfección a través de la enorme vidriera que daba forma a la pared exterior.

Nero y Liana habían llegado allí directamente desde la prueba. Los dos se sentaron uno frente al otro con una pantalla que sobresalía del interior de la mesa. Su único objetivo, recopilar toda la información posible acerca del doctor Marcus Strauss y del proyecto de la doctora Brida Sálaman.

—¿Has encontrado algo? —preguntó Lía, mirando por encima de la pan-talla para dirigirse a él.

—Poca cosa —respondió Nero sin apartar la vista de su ordenador.

—¿Y hay algo interesante?

—Pues nada que no supiéramos ya —dijo Nero sin dejar de deslizar sus dedos sobre la pantalla para navegar entre las diferentes pestañas en busca de datos relevantes—. Espera, aquí hay algo. El doctor Strauss fue quien inventó esas máquinas de guerra.

Liana se puso en pie y fue a comprobar lo que había encontrado Nero. Los dos estuvieron un rato leyendo un artículo sobre los inventos del doctor.

—Al parecer, el doctor era todo un prodigio para la ciencia —dijo la chica.

—Ese debía de ser el motivo por el que Zoltan lo retenía. El gobernador sabía perfectamente de lo que el doctor era capaz.

—Puede ser, pero Sebastian nos dijo que desapareció hace mucho tiempo. ¿Cómo se puede explicar eso?

—¿La verdad? No lo sé. Nada de esto tiene sentido. —Nero soltó un fuerte suspiro como signo de su desesperación.

—Tal vez fue un sueño, sin más, Nero —respondió la chica, intentando que su amigo no se obsesionara con ello—. Dejémoslo por hoy.

—Tienes razón. Además, ya es tarde. Debemos irnos ahora mismo si queremos llegar a nuestra cita con el señor Nagaba.

—¡Es verdad! —exclamó Liana, sobresaltada—. Lo había olvidado.

Los dos apagaron los ordenadores y sus pantallas volvieron a ocultarse en el interior de la mesa. Sin tiempo que perder, salieron de la biblioteca y cruzaron el hall para abandonar el recinto de la Academia. Tras una larga y silenciosa caminata por las calles de la Zona Central, Nero y Liana llegaron hasta un enorme edificio hecho de piedra. En la fachada, sobre las puertas automáticas de cristal, había una vidriera circular a través de la cual el Ente de Luz iluminaba el interior con sus rayos.

—Bueno —dijo Nero en cuanto se detuvieron ante el edificio para contemplarlo con detenimiento—, aquí estamos. En la estación central.

—No se te ve muy animado. ¿Tengo que recordarte que vamos a por los nuevos uniformes y que muy pronto seremos alumnos de nivel avanzado?

—Lo sé, pero la verdad es que aún no he dejado de darle vueltas a todo lo relacionado con mi sueño —confesó el chico, algo decepcionado—. Esperaba encontrar algo.

—Tranquilo, ya verás que esta noche será como cualquier otra y volverás a quedarte dormido como una piedra —dijo Liana en tono burlón.

—Pero vendrás a despertarme mañana para que no me pierda el desayuno, ¿verdad? —preguntó él, siguiéndole la corriente.

—Claro —respondió ella, soltando una leve carcajada—. Cuenta con ello.

Los dos se adentraron en el edificio, una enorme y alarga sala con el suelo de mármol blanco sobre el que la sombra del marco de la vidriera proyectaba la imagen de un tren circulando sobre unos railes. Frente a ellos había unas escaleras que bajaban hacia el andén y, a los dos lados de las mismas, dos largos pasillos daban acceso a las cafeterías y a las tiendas que servían como entretenimiento para los que esperaban la hora de llegada de sus trenes.

EL CICLO DE ÉNDEL: La Leyenda de los ArcanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora