Las estatuas que nos miran.

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Crowley creía que Gabriel debería ser el significado cuando buscabas la palabra ególatra en el diccionario. Claro que no aparecía la foto de él, pero debería haber estado. Gabriel siempre se había preocupado por lucir bien ante los demás, obedecer todo lo que le decía Metatrón no era en absoluto un problema.

Azirafel creía algo muy similar y ambos lo dejaron en claro al ver la estatua que se erguía en medio de un panteón. Su mirada era tan petulante que daban ganas de golpearlo. Parecía que aquella escultura cobraría vida y mandaría a quemar y ahogar a cada uno de ellos; Gabriel sabía perfectamente como delegar sus trabajos para darse el tiempo correcto de cuidar su físico.

Además el exarcángel supremo no era el único que contaba con una escultura. El ángel y el demonio contaban con una escultura que nunca habían visto, una escultura magnífica perteneciente a una colección privada, la cual había sido visitada por muy pocas personas. La escultura los representaba a ellos dos, abrazados y sonrientes.

La escultura era obra de un joven aprendiz de escultor, que los había visto caminar por las calles de Italia en 1510, y se había inspirado en su amor. Era un año importante para el arte italiano. Era el año en que Miguel Ángel se encontraba aún en la faena de su obra maestra: la pintura del techo de la Capilla Sixtina. Era el año en que Leonardo da Vinci regresaba a Florencia, después de haber trabajado para el rey de Francia. Era el año en que Rafael Sanzio pintaba sus famosos frescos en el Vaticano. En medio de ese ambiente artístico y cultural, nuestros dos conocidos existencias sobrenaturales iban caminando lado a lado por una calle sinuosa de Roma.

– Créeme, ángel, de haber sabido que debíamos andar ambos por el mismo lugar, hubiéramos hecho eso que siempre hacemos –dijo Crowley con conocida picardía de quién no se sabe si dice la verdad o miente.

– No lo sé, Crowley, me parece que me engañas, pero mejor evitemos esta discusión y acabemos con los pendientes cada uno. Me gustaría pasar por algún aperitivo de aquí –le dedicó una bonita sonrisa, acariciando apenas su brazo.

Un joven los observaba desde el marco de una de las puertas. Era un joven aprendiz de escultor, llamado Lorenzo. Trabajaba para uno de los maestros más famosos de la época: Gian Lorenzo Bernini. Lorenzo tenía un gran talento para la escultura, pero le faltaba inspiración. Hasta que vio a aquellos dos hombres tan diferentes y tan iguales a la vez. Vio el amor que ambos destilaban en la manera que se veían y se tocaban apenas un poco, chispasos había en ese toque.

Vio la belleza que emanaban sus rostros y sus cuerpos, la magia que los rodeaba y los hacía únicos. Lorenzo sintió una chispa en su interior. Sintió que había encontrado su musa. Sintió que tenía que plasmar aquel amor en mármol. Cuando ambos se separaron en la calle, aquel joven corrió como poseído a tomar una libreta para dibujarlos en un abrazo como un ángel y un demonio. Luego, tirado contra el piso del taller, comenzó a esculpirlos con pasión y delicadeza. Así nació la escultura que nadie más vio, salvo Lorenzo y su maestro Bernini. Una escultura que guardaba el secreto de un amor prohibido entre un ángel y un demonio. Una escultura que esperaba el momento de ser descubierta por sus protagonistas.

Presagios Históricos (Fictober 2023)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora