VI

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La señora Weasley nos estaba contando a Hermione, Ginny y a mi sobre sus aventuras amorosas de cuando era joven durante el desayuno, mientras esperábamos a los chicos bajar. Las tres estábamos encantadas con la historia, pues la forma en la que ella y el señor Weasley comenzaron a salir era demasiado tierna.

-Tu padre siempre ha sido muy despistado, Ginny. -La señora Weasley comentó con una sonrisa cálida, como si estuviera recordando algún momento específico.- Había momentos en los que creía que simplemente no estaba interesado en mí, pues nunca reaccionaba cuando le decía cumplidos.

-¿Cómo terminaron juntos? -Pregunté. Ella sonrió, riéndose levemente.

-Oh, fue en nuestro cuarto año, poco antes de las vacaciones de Navidad. Estábamos regresando a la sala común cuando misteriosamente muérdago apareció sobre nosotros. -Ella comenzó a reírse, mirando hacia donde el señor Weasley estaba muy concentrado leyendo El Profeta.- Arthur solamente se quedó contemplándolo, así que me harté, lo tomé de los hombros y lo besé. Desde ese día comenzamos a salir.

Las tres nos reímos por lo tierno de la situación. Por fuera me mostraba muy alegre y feliz, pero por dentro no podía evitar sentirme un poco curiosa acerca de la forma en que mis padres se conocieron y si su historia de amor fue tan tierna como lo fue con los Weasleys.

El desayuno fue más tranquilo que la cena de anoche, probablemente porque los gemelos habían dejado todo hasta el último minuto y apenas estaban haciendo sus maletas, por lo que no bajaron a comer.

Era oportuno que el día de hoy no hubiera tanta clientela en el Caldero Chorreante, pues cuando todos habíamos terminado de bajar nuestro equipaje, era difícil poder caminar con nuestros baúles estorbando.

-Crookshanks, te dejaré salir en el tren. -Hermione susurró a la cesta de mimbre donde su gato estaba bufando constantemente.

-¡No lo harás! ¿Qué hay del pobre de Scabbers?

Antes de que Hermione pudiera responder algo, el señor Weasley volvió asomó su rostro por la puerta, diciéndonos que los carros que el ministro había mandado ya se encontraban aquí.

El camino hacia la estación fue tranquilo y calmado. Percy se había subido con nosotros, él y Hermione platicando sobre algo de leyes en el ministerio, Harry estaba leyendo El Profeta y Ron se había quedado dormido en el hombro de Harry, por lo que solamente pude recargar mi codo sobre la puerta, observando por la ventana a los muggles.

Cuando llegamos a la estación, los conductores nos ayudaron a conseguir carritos para nuestras maletas. Como éramos demasiados, el señor Weasley sugirió que pasáramos de dos en dos, pasando primero él y Harry.

Para no llamar la atención, nos teníamos que esperar unos minutos antes de pasar, además de estar un poco alejados de los demás. Hermione y yo estábamos conversando cuando alguien llamó nuestra atención.

-¡Granger! -Automáticamente una mueca apareció en mi rostro, acercándose a nosotras era Allen, la compañera de Hermione que la hizo llorar hace un año. Como la vez pasada, estaba acompañada de sus amiguitas.- Nos volvemos a ver.

Hermione resopló fuertemente, borrando la sonrisa sardónica del rostro de Allen.

-No tengo tiempo para esto. -Murmuró Hermione, yo había sacado discretamente mi varita, pero Hermione tomó mi mano, susurrando.- No vale la pena, Eileen, podrías ser expulsada.

Mordí mi labio para contener mi enojo con tanta fuerza que casi termino sacándome sangre. Guardé mi varita y me crucé de brazos.

-Veo que aún tienes tu amiga rarita. Bravo. -Se burló Allen, mirándome con desprecio.- No he olvidado cómo arruinaste mi atuendo hace un año.

Eileen Snape y el Prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora