IX

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—¿Evan Potter? —Preguntamos ambas al mismo tiempo.

—Eso quiere decir...

—¿Harry es mi primo?

Mi respiración comenzó a acelerase, sentía las paredes cerrarse sobre mí, y mi pecho sentía como si tuviera un globo inflándose lentamente, no dejándome respirar. Podía escuchar a Hermione hablar, pero me sentía como si estuviera al fondo del Lago Negro, todos los sonidos distorsionados.

Hermione me tomó del hombro, lentamente dejándome caer sobre la silla más cercana, tomó mis manos con las suyas y me hablaba en un tono suave.

—¿Eileen? ¿Te encuentras bien? ¿Quieres que le hable al profesor Snape?

—No. —Dije con la voz entrecortada, así que tosí para aclarar mi garganta.— No. Yo... Esperaba cualquier cosa, cualquier persona, pero no esto, no esperaba estar relacionada a cualquier persona, mucho menos Harry.

—¿Qué harás ahora?

Tenía el libro entre mis manos, el nombre Evan Potter y la radiante sonrisa de mi madre haciendo que se me revolviera el estómago.

¿Qué haré ahora?

—Recibir respuestas. —Respondí, ocultando el libro en mi túnica, y saliendo lo más tranquila pero apresurada de la biblioteca, con una sola dirección en mente. La oficina de mi papá.

Mis manos sudaban y mi corazón palpitaba con rapidez, mi cuerpo se sentía frío y al mismo tiempo estaba sudando como si estuviera dentro de un caldero, al levantar mi mano para abrir la puerta de su oficina, noté lo mucho que estas estaban temblando.

Había entrado con premura a su oficina, pero me detuve en mis pasos cuando vi que la profesora McGonagall estaba aquí, hablando con mi papá, una mirada amarga en su cara.

—Lo siento, yo, uh... ¿Interrumpo algo?

—No, señorita Snape, no se preocupe, ya estaba a punto de irme. —La profesora comentó, una ligera y suave sonrisa en su rostro, antes de levantarse de la silla, volteó de nuevo con mi papá.— Toma en consideración lo que te dije, Severus.

Con eso, se levantó de la silla y salió de la oficina, no sin antes dirigirme la palabra.

—La espero mañana en mi oficina, señorita Snape.

Asentí, por más que lo quisiera, era imposible que a ella se le fuera a olvidar el castigo que me puso. Cuando cerró la puerta, mi papá suspiró, recargándose sobre el respaldo de la silla y cubriendo su rostro con sus manos, irritado.

—¿Qué fue todo eso?

—¿Qué es lo que necesitas, Eileen?

Saqué el anuario de mi túnica, ignorando el temblor de mis manos y cómo mi corazón parecía un tambor que me sorprendía que mi papá no lo pudiera escuchar; busqué la página donde se encontraba la foto de mi mamá y la puse sobre el escritorio. Mi papá dejó caer sus manos sobre su regazo para enfocarse en lo que le estaba mostrando, su ceño fruncido poco a poco fue desvaneciéndose, mientras sus ojos se agrandaban; tomó el libro, inspeccionando la página.

—¿Cuándo me lo ibas a decir?

—Eileen...

—¿¡Cuándo!? —Volteó a verme, pero no podía discernir la expresión en su rostro.— ¿Cuándo pensabas decirme que mi mejor amigo es mi primo?

—Eileen, no es la gran cosa.

—¡Para ti podría no serlo! —Grité, mi voz cortándose a momentos.— ¡Para mí lo es todo! Para mí es saber más sobre la madre que me abandonó...

Eileen Snape y el Prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora