XII

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Desde que era pequeña he estado cometiendo estupideces, desde cosas insignificantes, como la vez que rompí un jarrón en casa de mis tíos, a cosas mayores, como descender hasta lo más profundo del colegio para intentar pelear con un basilisco. Pero ninguna se había sentido tan catastrófico y descerebrado como este.

En retrospectiva, podría decir que lo que ocurrió fue un accidente, causado por la tormenta de emociones que estaba sintiendo en este momento.

Claro, eso solamente hubiera funcionado para la primera vez.

¿Pero qué puedes decir cuando ocurrió una, y otra, y otra vez?

Sí, besé a Hermione. Sí, ella me besó de vuelta.

Ninguna de las dos hemos querido hablar sobre lo que pasó, ambas actuábamos como si nada hubiera pasado. No era difícil, realmente. A pesar de todo, ella seguía estando en todo momento con Harry y Ron, por lo que yo me encontraba sola la mayor parte del tiempo. La otra parte del tiempo, la pasaba con Roger.

Era extraño seguir con él, había regresado a su usual comportamiento, aún sentía mariposas cuando me agarraba la cintura y me besaba, pero no podía dejar de pensar en lo frío que actuó el otro día. Supongo que simplemente era su forma de mostrar que se preocupa por mí, porque él tenía razón, puse a todos en alerta y preocupados por no haber regresado a mi habitación.

¿Verdad?

Tampoco me he acercado a hablar con mi papá para nada. Mi mente estaba un poco más clara a como estaba cuando recién me había enterado, pero mi corazón aún se sentía traicionado.

—¿Señorita Snape?

Me había ocultado de nuevo en la pequeña alcoba que había encontrado hace unos meses, mirando por la ventana hacia el campo de Quidditch, viendo a los equipos entrenar. No sabía que nadie conocía este lugar, así que me sorprendió escuchar a alguien más.

Cuando volteé, la profesora McGonagall me miró con una sonrisa suave en su rostro, sentándose a mi lado.

—¿No se suponía que debía de haberla visto en mi oficina este viernes?

Por unos milisegundos no sabía a qué se refería, hasta que recordé que se suponía que el viernes era mi último castigo con ella.

—Profesora, lo siento tanto. —Balbuce.— Es solamente que... Le juro que sí iba a ir, pero...

—Eileen. —El uso de mi primer nombre viniendo de ella hizo que me callara enseguida.— No te preocupes. Severus... Él me explicó lo que ocurrió.

—Oh.

—¿Cómo te sientes?

Me había dado cuenta que en estos días nadie me había preguntado eso, al menos no directamente. Me quedé callada unos segundos, claramente no estaba bien y sería una evidente mentira decir eso.

Pero tampoco me sentía mal ahora, había momentos en los que mi cuerpo parecía actuar por cuenta propia mientras mi cabeza se iba flotando a otro lado, era como si hubiera estado corriendo durante horas sin parar y de repente fui golpeada por un hipogrifo, deteniéndome enseguida.

—No lo sé. —Admití, volviendo mi vista al campo por unos segundos, podía ver a Harry y los gemelos platicando en el aire.— A pesar de lo que sé ahora... A pesar de que nunca la he conocido...

—¿Aún la sigues queriendo? —Asentí, avergonzada de admitir que no odiaba a una criminal.— Querida, nuestras emociones nunca van a ser tan fáciles de controlar, no tenemos un botón que podamos apagar cuando decidamos no seguir queriendo a alguien. Es tu madre, amabas la idea que tenías sobre el tipo de persona que era. Tu corazón es como una vela, la llama ardiendo con fervor y el recibir estas noticias, es como si una ráfaga de viento haya disminuido ese fuego, pero no lo apagó. Puede que, en un futuro, esa llama se apague, puede que no, pero no tienes porqué sentirme mal por tener un corazón, por ser humana.

Eileen Snape y el Prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora