Han transcurrido cinco semanas de aquel enfrentamiento con Patrick. El calendario está próximo a indicar cierre de mes. Abril se va y las ventas de Padge son fuerte dolor de cabeza. Me punza la sien. Las nuevas adquisiciones para la tienda de antigüedades no han resultado y las ganancias que se esperaban están en números rojos. Amanda hace un esfuerzo extra para alcanzar la meta pues necesita doblemente el empleo. El estrés esta causándole estragos, ha dejado de comer y es excusa diaria argumentar que los alimentos son poco apetitosos. Las bajas ventas, un sobre inventario en el almacén con mercancía de poca rotación y la presión de Mr. Scott está generándome ulceras gástricas. La tienda permanece más sola que nunca. Mr. Furia parece inquieto y malhumorado. Tal vez es el hecho de presentar números desfavorables en la temible junta con el dueño del imperio vintage.
¡Vamos en picada!
Por fortuna, hoy me levanté temprano, me alisté y me puse en marcha para llegar puntal. De vez en cuando, es necesario hacer un sobresfuerzo. Las visitas son una exigencia diferente a la rutina diaria. Durante el día estuvimos organizando, limpiando, inventariando y etiquetando. A dos horas de terminar el turno, la reunión está por comenzar, sólo espero que salgamos temprano y vivas de esto. Necesitamos no tener motivos para ser llamadas a rendir cuentas. Estoy frente a la cafetera, la infusión tiene buen color y su aroma impregna la sala. Al centro se encuentra una amplia mesa ovalada y en sus costados cuatro sillas la rodean. En un extremo se encuentra una silla de cuero, justo en ese lugar, hay un teclado y un proyector. La sala es muy sobria, el techo está constituido por plafones blancos y las paredes del lugar están barnizadas en color gris azulado, matizadas muy tenues. Doy un pequeño sorbo a mi taza de café. Amanda está sentada a mi costado derecho, trae consigo una lista del inventario y las revisa tan minuciosamente intentando encontrar un error. En mi caso, prefiero la tranquilidad a la adrenalina del trabajo. El silencio me deja poner las cosas en su sitio y pensar con más claridad. Me relajo. Comienza a llegar todo el mundo. Me refiero a que Mr. Vince viene acompañado por su hijo Dominic y su abogado familiar. Todo parece indicar que van a cortar cabezas.
―Definitivamente, no ―identifico a Mr. Vince soltar sin dejar lugar a duda sobre su rotunda opinión.
Me sudan las manos.
Mr. Scott es carnada para lobos, su forma de ser desespera con facilidad, porque exige en lugar de solicitar. Cuando lo conocí pensé que sería divertido sumarme a su equipo de trabajo, estaba recién egresada y tenía poco tiempo de haber llegado a Nueva York. Claro que, después de un tiempo, me mostro su verdadera cara, y mi forma de percibirle cambió.
―Sam, ve a mi escritorio, identifica los archivos del folder azul y tráemelos ―ordena con un chasquido de dedos.
El señor furia es todo lo opuesto al dueño del imperio vintage. Siempre estricto, insensible e inexpresivo. Kent Vince es más afable, humano y sonriente. En resumidas cuentas, un hombre generoso pero con carácter. Por obvias razones, dueño de las famosas tiendas de antigüedades Padge.
Con buena cara, salgo de la sala de juntas y me dirijo al escritorio de Mr. Scott. "Ve a mi escritorio, identifica los archivos del folder azul y tráemelos. Ve a mi escritorio, identifica los archivos del folder azul y tráemelos", recito en repetidas ocasiones para no olvidar la indicación que se me ha dado. Llego y encuentro varios sobres en el escritorio con la misma especificación... color azul. ¡Demonios! ¿Qué debo hacer? Ser asertiva es mi única opción y para iniciar la junta es necesario entregarle a Mr. Scott el informe en la mano. Estoy esforzándome por dar lo mejor de mí, lo que implica lanzar una moneda al aire y entregarle uno de los sobres sin tener referencia de su contenido. No lo pienso demasiado y lo selecciono como resultado a una ligera intuición. Regreso a la sala y todos se encuentran sumergidos en una densa atmosfera. Entro silenciosa, coloco sobre la mesa el folder azul y tomo asiento en la primera silla que encuentro desocupada. Amanda me observa impresionada y sus ojos están fuera de órbita.
―Tus años de servicio serán recompensados. ―Kent se dirige a Mr. Scott con voz áspera―: Padge ha dejado de ser negocio ―puntualiza.
¡Adiós a la tienda de antigüedades!
Me quedo atónita. Padge es nuestra fuente de ingreso. Para Mr. Scott significa la vida misma. A decir verdad, nadie se ve más perjudicado que él. Tiene la cara desencajada. Recién cumplida su mayoría de edad, trabajó como mensajero de los Vince. Luego el negocio pasó a manos de nuestro actual jefe y se ganó el crédito de encargado de tienda. Desde sus inicios se ganó la confianza de la familia. Todo parece indicar que no gozará de su jubilación como lo había planeado. Gran parte de su vida se viene abajo y lo peor es que le hacemos compañía. El panorama es agobiante, el imperio se desmorona y no existe poder humano que pueda salvarlo. Me armo de valor y me pongo de pie:
―¡Tengo una aportación! ―digo firme y apoyándome en la mesa.
―No me lo tome a mal, pero mi padre está decidido a cerrar la tienda ―determina el más joven de la familia.
El chico me pone en aprietos. Es guapo, pero imprudente y torpe. A sus escasos veintiún años desconoce gran parte del mundo de los negocios. Una vida llena de lujos y lejos de carencias, son rasgos de inmadurez que lo alejan de la empatía.
―Dominic, me gustaría escuchar a la señorita Lee ―Mr. Vince arremete impositivo.
―Padge no tiene presencia en internet, un sitio electrónico puede ser una gran herramienta de ventas ―sugiero ruborizándome.
―¿Sabe usted los costos que esos portales generan? ―pregunta alterado el joven millonario.
―Desconozco... solo sé que hoy en día el internet es una gran plataforma ―libero en un sofoco.
Dominic me pone nerviosa. Detesto que me levante la voz con tan alzada prepotencia.
―Me parece interesante el punto que expone, señorita Lee ―comenta el dueño del imperio vintage mientras se pone de pie.
―Ni las redes sociales salvan a Padge de la quiebra ―argumenta el muy petulante heredero.
―Podríamos hacer un último intento, señor ―Mr. Scott propone entre dientes dejando entrever su desánimo.
Padge se ha dedicado durante años a trascender, las condiciones de venta actuales son mayormente impersonales, quizás sea momento de dar un salto a las nuevas generaciones de clientes. Además, la familia Vince considera a la tienda de antigüedades más que un patrimonio familiar, un legado de historia.
―¡Hagamos el intento! ―dice convencido nuestro bonachón Kent Vince.
―¡Fracasemos en el intento! ―repone el brabucón.
Lo ignoro totalmente, pues me resulta irritable prestarle atención a sus incipientes comentarios. No esperaba menos del dueño del stock de antigüedades. Por unos segundos las caras largas se aligeran y se transforman en expresiones faciales relajadas. Podemos respirar y liberar tensión. Si pretendían llamarnos para rendir cuentas, emplear un procedimiento menos complejo habría sido la solución, ¿para qué tanto alboroto? Ameno espectáculo de malabares... Mientras unos hacían trapecios con la presión sanguínea, otros hacíamos elevación de los fluidos arteriales. ¡Bravo!
Mr. Scott desabotona su camisa de la parte superior, y de un tirón libera su cuello del nudo de la corbata. El accionista mayoritario toma el folder azul de la mesa y abandona la sala escoltado por su comitiva. Amanda y yo nos miramos desconcertadas. Adiós estímulo económico. Duro golpe para nuestros egos, aunque ya se veía venir con tan complejo panorama. En cierta medida desmotivadas y contentas, por el humor agridulce que nos ofrece la vida. Por fortuna conservamos el empleo y amargamente seguimos caminando en la cuerda floja. Regresamos a nuestros respectivos lugares de trabajo.
―¡Bien dicho, señorita Lee! ―comenta Mr.Scott mientras se sumerge en sus pensamientos.
Me encojo de hombros. Después de tan bochornosa reunión, renacer entre las cenizas como la mejor fuerza de ventas, no es opción. Me cuesta imaginar que aún nos falta tiempo para terminar de inventariar toda la mercancía del almacén. Me doy la media vuelta y como palmo de narices a la suerte, tenemos en espera a nuestro primer cliente del día.
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Antifaz de medianoche [En Librerías Digitales]
RomanceSamanta Lee es una chica recién egresada de periodismo, que reside en Manhattan al lado de su hermana Kristen. Sam, trabaja en una tienda de antigüedades y se refugia en las redes sociales. En su búsqueda por el ciberespacio conoce a Patrick, un ho...