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Una brillante luz fue lo primero que captaron mis adormilados ojos. Me encontraba sobre la cama de matrimonio junto a mi querido marido aún dormido. Gire sobre mi misma para alcanzar el despertador que no paraba de emitir una dulce melodía que acababa siendo molesta. Lentamente, con las intenciones de no despertarle, saqué una pierna de la caliente colcha y un escalofrío recorrió mi cuerpo desde el final de mi espalda hasta la nuca. A los pocos segundos saqué el otro y me dispuse a sentarme sobre el filo de la cómoda cama. Atrapé con cada pie las zapatillas de algodón grises que utilizaba para estar en casa. Cogí la bata que se encontraba apoyada en la mesita de noche y me la puse suavemente. Con pasos perezosos fui directamente al enorme espejo del suelo hasta el techo. Pude ver mis agotados ojos hinchados acompañados de unas enormes ojeras azuladas; nada que un poco de maquillaje no pudiera tapar. Llevaba ya unas cuantas semanas sin poder descansar del todo bien, una horrible idea invadió mi pequeña cabeza en el momento que mi marido llego del trabajo una noche.

Baje hasta la cocina para preparar el desayuno de ese día, tortitas con sirope de chocolate junto con una humeante taza de café recién hecho.

A los pocos minutos mi marido bajó utilizando solamente unos anchos bóxers. Hice como que no lo había visto y continúe con lo mío. Sentí como unos fuertes brazos rodearon mi cintura y un peso extra apareció sobre mi hombro. Noté un húmedo beso cerca de mi mandíbula acompañado de un dulce "buenos días, bebe".

Reprimí mis ganas insufribles de llorar y de gritar y solo asentí. Se separó de mí para tomar asiento en la isla de la cocina, no antes de coger su taza de café. Puse los tres pares de tortitas sobre dos platos medianos. Lo dejé delante de él y me dispuse yo también a desayunar. Solo intercambiamos un par de palabras antes de que ambos nos levantáramos y dejáramos los platos y cubiertos sobre el fregadero.

Cada uno tomó su camino, yo me dirigí al vestidor mientras que él se daba una ducha en el baño del pasillo.

Como cada día me puse un precioso vestido. Esta vez era de encaje blanco con las mangas caídas a los lados y unos pequeños volantes encantadores. Recogí mi lacio y largo pelo rubio en un pequeño semi-moño bajo y dejé sueltos unos pequeños mechones en mi flequillo. Labios rosas y una fina capa de tonos marrones sobre los párpados acompañada de una extensa raya negra difuminada. Con la intención de ir rápidamente a coger los pendientes con pequeños zafiros oscuros, casi choco con Hazza que estaba entrando a la habitación con una toalla que cubría solamente su cintura, dejando a la vista sus muy trabajados brazos y su tonificado abdomen. Una simple mirada bastó para dejarme totalmente desconcertada, esos ojos verdes con pequeñas vetas grises me seguían enamorando como la primera vez que lo vi en el instituto.

Retomé el sentido cuando un no muy ruidoso golpe sonó a mis espaldas. Me gire cautelosamente y pude ver como ya vestía sus ajustados bóxers a diferencia de los que utilizaba esta misma mañana. Conseguí coger los pendientes del joyero y me los puse rápidamente. Cuando me encontraba sentada sobre la cama poniéndome mis ligeros zapatos con un pequeño tacón casi inexistente, su voz resonó por toda la habitación.

- ¿Te encuentras bien, cariño? Estas más pálida que de costumbre y casi no te he visto comer en el desayuno. - Hablo mientras se sentaba a mi lado izquierdo y posó su mano derecha sobre mi nuca y la izquierda sobre uno de mis muslos.

- Estoy bien, solo me encuentro algo mareada. No es nada. - dije quitándole importancia mientras abrochaba la pequeña anilla de mi zapato izquierdo.

Me dio un delicado beso en la mejilla y se levantó para poder terminar de alistarse para el trabajo.

I'm not the only oneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora