Esa sensación que te revuelve por dentro todo como una onda de clavos, la soledad. Ese momento en el que tu cuerpo se pone en tensión, como esperando una señal que nunca llega. Pensando en esa persona que era capaz de provocártelo todo y nada a la vez. El momento en el que cinco minutos son cinco horas y cinco horas son cinco minutos, porque el tiempo ya no importa. Ese fugaz sentimiento que me recorre el cuerpo al pensar en todo lo que un día vivimos, de quererlo todo con él y el recuerdo de nuestros labios deseando al otro; cosas que nunca más volverán a ser lo que eran. Esa idea loca, que en este instante tu presencia me falta; tu mano encajada perfectamente con la mía. El momento en el que el pensamiento de que te necesito, aquí, conmigo, siempre, inunda mi cabeza, profanándola hasta el interior. Pero la rechazo. Porque mi corazón no soportaría imaginar qué pasaría si lo dejara pasar o si no me hubiese enterado.
Hacía más de una hora que Ángela se había marchado, y desde ese mismo instante, me encuentro en el sofá, rodeada de marcas de polvo en las que debería haber infinitos incitantes para revivir cosas bonitas. Tendría que levantarme, hacer la cena, substituir los cuadros y practicar sonrisas verdaderas. Pero no voy a hacer nada de eso.
Cojo el teléfono y marco la tienda de comida a domicilio, treinta y cinco minutos, media hora antes de que venga mi querido y magnifico marido.
Y de repente, me encuentro corriendo, con las manos sobre mi boca. Noto el frio suelo que choca contra mis rodillas, mis manos se enredan una a cada lado de la redonda superficie. Lo dejo salir todo, incluso lo no material también sale. Hacía mucho que no me ponía mala, y volver a revivir esa sensación de cansancio y malestar no me hacía ninguna gracia. Termine de soltarlo todo y sin pensarlo me dirigí a la cocina a por un vaso de agua, para quitar el mal sabor de boca.
Esta vez me senté en uno de los taburetes de la cocina. Espere y espere. En el momento que vino el repartidor le lancé el dinero, cogí la comida y le cerré la puerta en las narices. Hice la misma rutina de siempre, y espere.
Un sonido casi inaudible y molesto me hizo volver a la tierra; al parecer estaba aparcando. A paso rápido llegue a la puerta y me quede ahí, mirándole, esperando a que llegara hasta mí. Y el dolor volvió. No podía evitar mirar como sus grandes manos movían el pelo de lado a lado, como esa sonrisa que yo como tonta que soy, creía que solo me pertenecía a mí. Sentí como sus brazos rodeaban mi cintura y solo por costumbre, pase los míos por su cuello. Un fuerte olor a frutos del bosque mezclado con un toque de alcohol inundo mis fosas nasales, hoy es jueves. Substituí las ganas de llorar y de gritarle, por unas suaves caricias y un beso en la mejilla. Al parecer solo existía el olor de esa tarde, ya que aparentemente su borrachera era inexistente.
(...)
Tumbada en la cama, mirando al blanco techo, en mi mundo. No podía dejar de pensar en las infinitas sonrisas de Harry. Pensar que si me podría haber dado cuenta antes solo por ese pequeño detalle, si solo me hubiera fijado un poco más, podría haberlo sabido. Deje esa tonta idea al darme cuenta que era una estupidez, pero la sonrisa de Harry seguía presente. Di media vuelta para poder ver como leía. Su ceño ligueramente fruncido, sus increíbles hoyuelos, sus intensos ojos verdes, esa sonrisa. El hizo lo mismo y nuestros ojos conectaron, como hacía tiempo que no lo hacían. Rápidamente los aparte, pero de todos modos él seguía hay, mirándome.
- ¿Zoe? – dijo acompañado de un suspiro.
- ¿Mmh?
- ¿Te gustaría tener una cita conmigo? Como las que solíamos tener antes, en el instituto.
No me lo esperaba, para nada. ¿Por qué me lo preguntaba justamente hoy?
- Que prefieres, ¿Que te rechacen como suelen hacer las adolescentes hacia chicos interesados, que me emocione como una niña enamorada, o que diga un simple si? – en mi cabeza no paraba de repetirse 'sigue el plan, sigue el plan, haz como si no pasara nada.'
- Creo que con un: 'Me encantaría, Haz.' Sería suficiente. – dejo de hablar y por un segundo se quedo inmóvil, para después sonreír. No pude evitar sonreír de vuelta.
Poco a poco se fue aproximando a mí, no sabía si apartarme o quedarme donde estaba. Es como un adicto a los videojuegos que no puede dejar de jugar; pero en este caso, yo soy adicta a Harry, y no puedo dejar de esperar por sus besos, sus miradas, sus caricias, por él. Y me quede quieta hasta notar sus finos labios sonrosados rozar los míos encajando a la perfección.
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I'm not the only one
FanfictionHarry Styles, mi marido. Zoe Scott, yo. Él me amaba. Yo le amaba. Hasta que un día, dejó de hacerlo. Hasta que un día, deje de ser la única.