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Colgué la llamada y dos notificaciones llegaron. Una indicaba que tenía dos llamadas perdidas de mía principessa, sonreí por ello. Más abajo un seguido de WhatsApp de una tal Charlotte. Sé que está mal inspeccionar el móvil de tu esposo, pero la curiosidad ganó. Como dicen: la curiosidad ha matado más personas que gatos. Antes de cometer el crimen, hice memoria, y no me sonaba ninguna persona que conociéramos o que me hubiese nombrado del trabajo. Puse la contraseña, 2202, el día de nuestro aniversario. Y lo vi, tuve delante de mí la respuesta tan deseada pero que no quería descubrir nunca. Tiene a otra. Sabía que no era la única, pero esperaba nunca confirmarlo. Lancé el móvil a donde estaba anteriormente y pude notar como mis ojos comenzaban a picar. Lágrima tras lágrima bajaba por mi rostro hasta caer en mis manos. Lo único que pude hacer en ese momento fue gritar. Como nunca lo había hecho.

Lo solté todo, todas las ganas de llorar suprimidas por risas, todas las caras largas substituidas por sonrisas, me desahogué.

Cogí con algo de torpeza el almohadón que se encontraba a mi derecha y llore en él; no me importaba si lo manchaba de maquillaje, ahora solo sentía dolor.

Dolor de la traición por parte de la persona a la que más he amado, a la que le he confiado mis secretos, todo.

En mi cabeza no paraban de repetirse esas dos frases: "No puedo esperar hasta el jueves. Quiero que me hagas tuya otra vez."

Otra puñalada en el pecho fue bienvenida a mi ser al recordarlas. Aparte el almohadón y estrelle con todas mis fuerzas mis puños sobre él. Me levante sin ninguna pizca de fuerza de la cama, y cogí los zapatos donde anteriormente estaban; baje rápidamente las escaleras, necesitaba romper algo, cualquier cosa. Un sonido estruendoso reboto en forma de eco por toda la casa, podía sentir como los pequeños trozos de cerámica rozaban la punta de mis dedos y como un pequeño escozor empezaba a generarse en uno de ellos. Y así fue. Continúe rompiendo cuadros y jarrones que encontraba a mi paso hasta que un fuerte dolor hizo que me tirara al suelo.

'...Zoe T Scott, yo-oo te-e... Te quiero'
 

El borroso recuerdo de esas palabras sonó como si hubiese pasado hacia milenios. La primera vez que me dijo que me quería, la primera vez que alguien me lo decía de corazón.
Pase mi mano derecha sobre mis mejillas sin ningún cuidado para apartar la mezcla de lágrimas y maquillaje. Lo único que conseguí fue empeorarlo todo, nada me salía bien. Baje la mirada hasta llegar a posarla sobre mi mano, observe como aun esa pequeña pieza con tanto significado brillaba sobre mi dedo. No podía llevarlo, sentía como me quemaba la piel poco a poco. Con sumo cuidado, fui desenroscando lentamente el anillo de mi dedo índice hasta tenerlo en la punta. Antes de que pudiera pensarlo por segunda vez, lo tire lejos donde me costara encontrarlo.
'Me das pena... ¿En serio lo único que vas a hacer es llorar? Si vas a hacerlo al menos diviértete y emborráchate'
Dijo mi subconsciente, y como una ingenua le hice caso; me levante de la mullida alfombra, cogí las llaves y el móvil; cerré la puerta con un golpe demasiado fuerte y entre en el coche sin mirar atrás, no era tan grande como el de Harry... ese maldito bastardo, mejor no pensar en él. En ese momento me di cuenta de que mis pies no se encontraban cubiertos por nada, pero no me importo tener que caminar descalza. Pise el acelerador y encendí la radio. Una ligera melodía entro por mis oídos y me tranquilizo un poco. Pero eso no quitaba que en mis ojos las lágrimas no pararan de derramarse juntándose con la masa de maquillaje en mis mejillas dejando caer gotas negras como la noche.

No pasaron ni diez minutos cuando ya me encontraba deambulando por los fríos pasillos de la tienda; con la mirada buscaba la zona de bebidas alcohólicas mientras que en mi cabeza había una fuerte disputa entre mi racionalidad y mi desesperación, no quería beber, pero debía hacerlo para olvidar todo este caos solo por unas horas.

Cogí la primera botella que mis manos pudieron coger y tire el dinero sobre el mostrador mientras subía mi mano mostrando la botella y abriéndola para poder darle un gran trago. Ya no lloraba y mi cara se encontraba limpia. El chico de unos diecisiete años que se encontraba tras el mostrador se sorprendió por mi actitud y pregunto un cordial: '' ¿Está bien señorita?'' Pero no le respondí, no tenía ganas de hablar, la verdad, solo tenía ganas de llorar.

Me senté en el asiento del conductor y gire la llave para encender el coche, subí el volumen de la música tan alto que no podía ni escuchar mis propios pensamientos. Entre sollozos daba pequeños sorbos, yo no soy una chica que suele beber, más bien odio beber, no me gusta la sensación de tener lagunas sobre lo que habías echo el día anterior y ese insistente dolor de cabeza. Tarde el doble de tiempo del que había tardado para ir, ¿pero qué más da? Tengo todo el tiempo del mundo.

Estacione con algo de torpeza y subiéndome un poco en el bordillo del paseo hasta mi casa. Distinguí una pequeña figura sentada sobre el umbral de la puerta de entrada y a su derecha, una pequeña caja morada perteneciente a mi pastelería. Era Ángela. No-no-no, no me podía ver borracha, se lo prometí.

Baje del coche sin importarme mi aspecto ni mi ligera borrachera, lo echo hecho está y no podía evitar que me viera así. 

I'm not the only oneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora