4 ⋆ Cambios de humor

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La brisa fría de la mañana eriza la piel de mi cuerpo desnudo, haciendo que agarre el borde de las sábanas para poder taparme mejor. Me acomodo boca arriba cuando comienzo a sentir movimientos en la cama por lo que miro a mi izquierda pero no hay nadie, algo raro ya que Gonzalo nunca se va durante la noche.

Dos manos se deslizan por mis muslos y ahí me doy cuenta de lo que está haciendo. Le encanta despertarme de esta manera y nunca pide nada a cambio. Miro por debajo de las sábanas y veo su cabeza entre mis piernas, las cuales abre con delicadeza. Levanta la mirada y me regala una sonrisa pícara.

―Buenos días. 

No logro responder porque corre a un costado la tanga, única prenda que me había puesto antes de dormirnos anoche, para pasar su lengua entre mis pliegues. Casi por instinto mis dedos se pierden entre su pelo y acerco su rostro aún más a mi centro. Aprieta con fuerza mis muslos cuando intento cerrarlos debido al placer que me genera todo lo que hace. Seguro que deja marcas, algo que no me importaba en absoluto, pero ahora que iba a estar rodeada de tantos pibes amantes del chisme debía prestar atención a éstas cosas y no mostrar de más.

Decide darle un respiro a mi clítoris para descender un poco y simular penetraciones con la punta de su lengua. Cuando se cansa, sus dedo índice y medio siguen con ese labor y su boca se dirige al interior de mis muslos para dejar pequeñas mordidas. Me retuerzo bajo su tacto y muerdo mi labio inferior para no soltar ningún gemido. 

―Gonza...― Cuando se dá cuenta que estoy cerca, succiona mi clítoris para luego subir a mi altura y besar mi boca aumentando los movimientos de sus dedos. Mi pelvis se eleva para tener mayor profundidad y al cabo de unos segundos mi cuerpo tiembla al alcanzar el orgasmo.

Su mano abandona mi intimidad y sube hasta mi abdomen para acariciarlo lentamente. Mis brazos se dirigen a su espalda y comienzo a dejar caricias con mis uñas. Sus labios sobre los míos son suaves pero con lo que acaba de hacer mi desesperación comienza a crecer y profundizo el beso.

―Buen día.― Lo saludo cuando nos separamos por falta de aire. Le miro los ojos y luego los labios hinchados. No puedo evitar la sonrisa boba que tengo, debo parecer estúpida mirándolo así.

―Andá a bañarte, dale.― Me pega un par de veces en el muslo izquierdo y sale de arriba mío para comenzar a vestirse.― Voy a mi habitación a bañarme y bajamos a almorzar.

Mis ojos se abren, demostrando sorpresa y pánico ante sus palabras. Por más que no sea un trabajo oficial, no podía darme el lujo de quedarme dormida. 

―Te estoy jodiendo tonta. Aún no son las ocho, pero hay que apurarse.

Con toda la pereza del mundo me levanto de la cama y me acerco a él para abrazardo por la cintura y apoyo mi mentón en su pecho. Le dedico mi mejor cara de perro mojado y le hago ojitos con un pequeño puchero en mis labios.

―No.

―Pero si no dije nada.

―No nos vamos a bañar juntos.― Que bien me conoce.― No salimos más de esta pieza si me quedo y no podemos. A la noche seguimos si querés.

Poco convencida por lo que me dice gruño como niña caprichosa y me pongo en puntitas de pie para alcanzar sus labios y dejar un pico. Si no me alejo ahora, no lo hago más. Me separo de él para dirigirme al baño pero en el camino deslizo la tanga por mis piernas dejándola caer al piso y provocarlo un poco. Giro levemente mi cabeza y lo veo negar divertido. Creo que logré mi objetivo cuando lo veo acercarse pero solo deja una cachetada en mi glúteo y se aleja para salir por la puerta. Que buena manera de despertar.



 Que buena manera de despertar

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Nunca Digas Nunca - Enzo Fernández Donde viven las historias. Descúbrelo ahora