❝ Y no puedo evitar amarte y odiarte al mismo tiempo ❞
Donde Pedro se encuentra entre la espada y la pared, tratando de decidir si seguir a su corazón o hacerle caso a la razón.
❝ Porque mirar tus ojos, se siente tan cálido, tan real ❞
PEDRO PASCAL...
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LUEGO DE AQUEL DÍA, PARECÍA QUE EL DESTINO JUGABA EN MI CONTRA, PEDRO SE ENCONTRABA CON UNA AGENDA, sumamente ocupada, por lo que, las veces en las que nos veíamos, se redujeron a casi nada.
Caminado, hasta la cafetería, que frecuentemente visitaba, no podía evitar pensar en aquella noche. Las palabras de Pedro se habían instalado en mi memoria y se reproducían incontables veces, hasta volverlo mi propio infierno. Luego de aquello, nadie dijo nada, al menos, en aquel momento no era necesario pero justo ahora me encontraba en un mar de dudas.
Mi móvil comenzó a sonar, logrando sacarme de aquel fatídico estado. Una sonrisa apareció en mi rostro mientras mi pecho latía, el nombre de Pedro yacía en la pantalla.
— Hola rayito, ¿te he despertado? — preguntó arrepentido.
Reí ligeramente.
— Hola, P. Para nada, hace rato estoy despierta.
— Lo siento, esto del cambio de horario, me tiene fuera de lugar. ¿Cómo estás? Tenía tiempo libre y, siendo sincero, no he dejado de pensar en tí.
Aquello hizo que mi corazón se detuviera, al igual que mi andar.
— ¿De verdad, por qué? — traté de ocultar mi emoción ante ello, sin embargo, sabía que Pedro había logrado percibirlo.
— Bueno, ya sabes...
— La verdad es que no... — contesté.
Un breve silencio se instaló en la llamada, podía escuchar mis latidos golpear con rapidez.
— Solo, no hemos hablado en mucho tiempo y quería escuchar tu voz. Sin duda, me haces falta, mi rayito.
Suspiré por lo bajo, intentando contener mis propias emociones.
— Pronto estaremos juntos.
— ¡Sí, yo lo sé! — aunque estaba claro que, lo que yo había dicho, tenía otro sentido. Sin embargo, de nuevo, aquel silencio se hizo presente — Lo siento, Sofi. Tengo un llamado, ¿puedo llamarte más tarde, quiero decirte algo, y es importante? Trataré de que no sea muy noche.
— Puedes llamarme a la hora que sea, P.
Desde el otro lado de la línea, se escuchó su perfecta y melodiosa risa.
— Hasta luego, rayito.
— Hasta, luego, P — contesté, me encontraba dispuesta a colgar, de no ser por su voz.
— Te quiero.
Mis mejillas se enrojecieron al instante, sin poder evitar reír por lo bajo.
— Yo a ti — colgué la llamada antes de guardar el móvil y continuar mi camino hacia la cafetería.
Luego de aquella llamada, todo se sentía tan diferente, el entorno, la luz, incluso el clima, todo parecía congeniar hasta resultar en algo agradable. Y, se sentía bien.
