Capítulo 25 | Beso en el río Támesis.

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Al despertarme lo primero que vi fue a un fortachón usando bermudas negras que hacían juego con su cabello despeinado y con sus ojos mañaneros, al parecer aún guardaban algo de sueño. Pablo, estaba de pie junto al colchón inflable que había traído su madre para él, pero solo le dio uso cinco minutos. La noche anterior el joven de las bermudas negras se subió a la que sería mi cama con la excusa de no soportar estar tan separado del calor que emana mi cuerpo, así que se escabulló por las cobijas hasta ganarse un lugar en la cama. Tuvimos que improvisar posiciones para dormir, no gozábamos de gran espacio, pero nos las arreglamos para no incomodarnos. Ya que lo recuerdo, fue perfecto; su mano rodeando mi cintura, mi espalda pegada a su torso y su respiración cerca de mi cuello, era todo lo que necesitaba para dormir satisfecho.

Él no se había percatado que lo observaba en silencio, sus manos doblaban una de las cobijas de forma rectangular para luego convertirla en un cuadrado perfecto, tal cual los cuadrados pequeños que adornan su abdomen.

— Buenos días, dormilón.

Cerré los ojos para fingir que seguía durmiendo, pero él ya lo había visto todo.

— Ya sé que estás despierto— me arrojó la cobija doblada.

— Eso fue grosero — reproché en broma quitándome la cobija de la cara.

— Grosero es quien espía.

— No espiaba, apreciaba tremendo monumento.

— Hablas de mí o de lo que tengo aquí— sonrió descaradamente—. Hey, los ojos están aquí arriba— me señaló con dos de sus dedos.

— Eres un idiota. Ya no dormirás en mi cama.

— Te recuerdo que literalmente esa es mi cama.— Se inclinó para levantar el colchón inflable del suelo.

— Bueno, desde esta noche dormiremos separados, es molesto dormir contigo — mencioné decidido a castigarlo.

— No parecía molestarte cuado estabas pegado a mí.— Había dejado de lado sus tareas para caminar en dirección a la cama.

— Que puedo decirte, soy muy solidario.— Me encogí de hombros.

— Y el señorito solidario ¿Quiere desayunar o desea seguir peleando? — se subió a la cama dejando caer todo el peso de su cuerpo sobre el mío.

— ¡Puff! No estoy peleando — exclamé bajo su cuerpo.

— Sí lo haces.— Pablo, dejó en mis labios un beso corto—. Buenos días, hermoso.

Y yo susurré cerca de su boca —. Buenos días, odioso.

Me sonrió con los ojos al escuchar un rugido de hambre—. ¿Pancakes? — hizo su pregunta riendo.

— Por favor — supliqué con mis brazos rodeando su cuello.

No puede existir otra mejor manera de empezar mi día que con Pablo y sus deliciosos pancakes de miel.

La fugacidad del tiempo vuela de corrido y tras él solo los momentos, un segundo para apreciar la reflexión que ha surgido de ver la hora en mi teléfono, más del medio día ya. Dejé el vaso con agua sobre el mesón de la cocina, mi mirada iniciaba su recorrido por los aperitivos de color azul que no interactuaban con aquellos que eran de color rojo. Un bocado de aire salió de mi boca al recordar lo mucho que había comido, vomitaré si como un macarons más. Recuerdo que para el décimo cumpleaños de Clara había comido tanto pastel que terminé como un unicornio vomitando arcoíris. Se me eriza la piel de solo creer que podría pasarme lo mismo de nuevo. Límites, Dani, límites. No más macarons para ti.

Mi perfecta elección.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora