A Hillary jamás le interesó el romance. Piensa que simplemente no es para ella, jamás sintió algo parecido a un enamoramiento, tampoco experimentó las mariposas que nacen del amor. Este sentimiento es como un tipo de gripe el cual no quiere pillar...
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—Ah, creo que ya me enamoré…—se me escapa al momento de verla irse. Quedando hipnótico al verla intentar dar pasos largos con sus pequeñas piernas cortas.
—Ajá.
—¡Lo digo en serio!—grito indignado al ver que Shara no me hace caso—. ¿Acaso no viste como me miraba?
—Sí, parecía la mirada de las mil yardas—murmura mientras termina de atender al cliente.
Suspiro una vez más, sin poder olvidar esos ojos marrones tan grandes y esa cara tan pequeña.
«Su rostro debe caber en una sola mano».
Me la paso el resto del día pensando en ella, en la chica bonita que robó mi atención por completo con solo algunos segundos de conocerla.
Es una pena que no quisiera darme su nombre, pero no pensaba presionarla, ya que de por sí tenía un aspecto cansado, no deseaba asustarla o algo parecido. Aunque también podría ser porque tiene de amiga a esa chica Marisol. Creo que cualquiera que tuviera que aguantar más de dos horas con ella tendría ese aspecto cansado y estresado.
Espero no haberme pasado con ese sobrenombre que le puse. Fue espontáneo, solo salió de mi boca al llevarme su negativa al pedir su nombre.
No es mi culpa, es culpa de su belleza y timidez. Culpo sus ojos color marrón por atraparme cada vez que la veía, culpo también el titubeo que constantemente hacía cuando nuestras miradas se topaban, pero sobre todo culpo a su horrenda amiga por arruinar nuestro momento. ¿Es que acaso no se despegan nunca? Apenas pude hablar con la chica bonita algunos segundos y ya la otra volvía a fastidiarnos.
—Kevin, tu cheque—menciona el jefe, arrancándome el hermoso rostro de la chica desconocida.
Lo miro entusiasmado con ganas de celebrar el fruto de mi esfuerzo en este último mes, pero tan pronto como le agradezco por darme el cheque, mi sonrisa y entusiasmo se desvanecen.
«Treinta y dos dólares menos».
—Disculpe, gerente Jor…—murmuro y busco su atención, pero este se disculpa y se marcha al terminar de repartir los salarios de los demás chicos.
—¿Qué pasó?—se acerca Shara mirando mi cheque, poniendo una mala cara—. Es un imbécil. Debe de ser porque eres nuevo, así que te recortó el sueldo.
—Treinta y dos dólares menos—repito en voz alta—. ¿Cómo demonio pagaré la factura del hospital si me siguen pagando menos en todos mis trabajos?—me lamento yendo a mi casillero para dejar mi uniforme, con los pies arrastras.
Shara me sigue sin importar el hecho de que estamos en la parte de los hombres, quita su uniforme y lo deja tirado en la banca, mientras que yo ordeno su desastre y guardo mis cosas.
Ya van dos veces que me echan de un trabajo y tres en donde me bajan el sueldo solo por ser el chico nuevo. Tolero muchas cosas, mi paciencia es amplia, pero tiene un límite y si sigo de esta forma voy a rebasar esa línea y estoy cien por ciento seguro que voy a llorar del estrés.