1

188 10 0
                                    

"Caminar entre nubes".

Lo había leído muchas veces en sus novelas románticas y era la primera vez que comprendía la magnitud de los sentimientos que eso implica. Todo parecía más luminoso, incluso el estilo ecléctico de su oficina y las caras "sonrientes" de sus compañeros de trabajo un lunes por la mañana.

—¡Buenos días! —saludó Layla a las dos amigas con las que compartía su cubículo. Colocó un café frente a cada una y procedió a ocupar su lugar frente al ordenador.

—¿Y? ¿Cuál es la ocasión? —preguntó Susana en tono de sospecha mostrando el café.

—¿Acaso una no puede estar feliz por la mañana? —defendió Beca dando un sorbo a su propio café—. ¡Gracias, Layla, está delicioso!

—No es nada —canturreó la aludida mientras iniciaba sesión en todas sus cuentas.

Susana  la obligó a voltearse con todo y silla para examinar su expresión risueña.

—Un lunes por la mañana y con una junta a primera hora, nadie en su sano juicio puede estar feliz a menos que haya ganado la lotería. ¡Desembucha!

Layla sabía que su amiga tenía razón. Poniendo más atención se podía notar el ambiente tenso en la oficina. La gente andaba con los hombros caídos y cara de que solo le quedaban unas horas de vida.

—Bueno —concedió Layla mientras las mejillas se le ponían coloradas—, Germán y yo nos vamos a casar.

Susana, que había estado encorvada frente a ella para leer sus ojos, se enderezó y tiró de un manotazo su melena rubia hacia atrás. Estaba seria.

Beca, por su parte, miraba a su amiga con los ojos redondos y la boca abierta, sin saber qué debería decir en un momento como ese.

—¿No me van a felicitar?

—No veo el anillo. —Fue lo primero que Susana apuntó.

—Bu... bueno, es que no me lo ha pedido todavía.

—Entonces, ¿por qué lo dices con tanta seguridad?

—Porque... ya saben... —Layla se tapó la cara, avergonzada y sus amigas intercambiaron miradas de preocupación.

No era la primera vez que se hacía ilusiones con la persona equivocada, le habían mencionado muchas veces que debía tener cuidado al entregar su corazón, sin embargo, sus consejos caían en saco roto con demasiada frecuencia.

—Layla... —comenzó Beca sin saber cómo decirle a su amiga que tener relaciones había dejado de ser indicio de algo serio hacía un par de siglos.

—Coger con él no lo convierte en tu prometido —sentenció Susana sin miramientos.

—¡Susana!

—Es la verdad.

—Pero esa no es forma de decirlo.

—Deja de hablarle como a una pre adolescente, tiene veintisiete años, ya es grandecita para saberlo.

Los ojos verdes de Layla se movían de una a otra siguiendo el intercambio.

—Ya lo sé, tampoco es que sea mi primera vez... —dijo bajando mucho la voz, avergonzada y luego siguió en tono normal—. Yo sé que no garantiza algo serio, pero es que hay más: Germán me dijo que me ama.

Susana abrió la boca para replicar, lo cual no pudo hacer porque el reloj dio a las siete cuarenta y cinco. Una oleada de actividad se desató en ese momento, todo mundo corrió a sus puestos y comenzaron a teclear y mover los ratones con la vista fija en los monitores como si se les fuera la vida en ello. Las tres amigas no fueron la excepción.

Mi Querido OgroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora