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Casi no pudo dormir. Todavía le causaba gran confusión los sucesos de esa noche y entre una cosa y otra, pensó que lo mejor sería no asistir más a las clases y tratar de olvidar la otra cara de su jefe, solo así podía seguir odiándolo apropiadamente. ¡Si! Estaba decidido, no más amistad con William Harrys.

Corrió a su cubículo y encontró a sus amigas.

—¡No me lo van a creer! —dijo tirando sus cosas y acercándose a las chicas que, arrimadas a la cafetera, disfrutaban su café mañanero.

—No me digas, conociste a alguien y hubo conexión al instante —dijo Susana.

—Y, además, huele rico y tiene linda sonrisa—añadió Beca.

—¿Qué? ¡No!... La verdad, si... Esperen, ¿a qué viene eso?

—Tu cabello está arreglado, llevas brillo labial, cambiaste al bolso bonito y entraste aquí corriendo y... ¿espera, ese es tu shampoo de mandarina?

—Layla versión enamorada etapa uno.

¡Era cierto! Harrys tenía razón, ella era un libro abierto, leído, repasado, sobre analizado y valorizado con dos estrellas en Amazon, como una comedia romántica ni tan buena ni tan mala, disfrutable pero olvidable.

—¡No estoy enamorada!

—Pero sí conociste a alguien. ¿Cómo es?

Las dos se acercaron, íntimas, contentas, como siempre, para que les contara con ojos de corazón como era su nuevo galán. Casi pegaron sus caras a la de Layla para que les diera los detalles. Se dio cuenta de que, muy a su pesar, era una romántica empedernida más enamorada de la idea del amor que de una persona y que se parecía a un personaje plano en una mini novela de cien páginas.

—Es... el amor al arte.

Ambas se enderezaron y la miraron inquisitivamente.

—¿Será?

—Alto, mirada bonita y su voz te hace sentir cosquillas en el estómago, ¿a que sí?

La protesta murió en sus labios, ya que, en ese momento, dieron las ocho menos cuarto. El frenesí comenzó, todo mundo en sus puestos, tecleos furiosos y la campana del ascensor.

—Reunión de emergencia.

Saludó el jefe pasando delante de los cubículos sin mirar a nadie. Un minuto después todos estaban en la sala de juntas. Harrys, con la apariencia del Ogro dictador de sus pesadillas, tiró un puñado de papeles al centro de la mesa.

—¡Felicidades, señores! Hemos caído al sexto puesto desde la última revisión.

¡Oh, no! Si salían de los diez primeros, Century les quitaría la categoría plata que habían mantenido por cinco años. Eso significaba que recortarían los presupuestos, el personal y que se reducirían a una revista de tercera replicando los chimes de la farándula.

Todos estaban en shock.

—Cada uno de ustedes me dirá ahora mismo, porqué piensan que estamos donde estamos.

¿Qué? ¿Qué clase de tortura medieval era esa? Todos estaban en pánico y, por supuesto, ninguno de ellos iba a asumir la culpa por semejante desastre.

—¿Y bien?

En los últimos años Chickstyles tuvo un repentino retroceso. La calidad se había mantenido, la dirección, aunque tiránica era certera y, sin embargo, caían y caían sin parar. ¿Por qué? Porque el pueblo había experimentado un estallido demográfico unos años atrás debido a que se publicitó como el lugar ideal para los que no gustaban del frenesí de la ciudad, muchas parejas llegaron a radicar y sus hijos conformaban el actual 60% de la población y eran centennials, más interesados en las redes sociales que en una revista.

Mi Querido OgroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora