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Layla tuvo que contarles a sus amigas. Se sentía superada con la situación y cuando se sentía perdida, sus amigas solían animarla o, en todo caso, perderla un poco más. Lograron, al fin, coincidir un fin de semana y verse para almorzar.

—¿No te recuerda al Dr. Jekyll y Mr. Hyde? —comentó Susana. Podía contar con que su amiga sacara comentarios que convertían la situación en algo perturbador.

—Gracias por la comparación.

—Para eso estoy.

—Lo que quiero saber es hasta dónde puedo intervenir, es decir, ¿es asunto mío? Si no trabajáramos juntos quizá ni siquiera sería un problema, ¿cierto?

—Creo que, si te preocupa, es algo que deberían poder hablar. No puedes dejar fuera de sus conversaciones una parte de sus vidas.

—O quizá si —Miraron confundidas a Susana—, lo que quiero decir es que, si no quiere mezclar el trabajo en la relación, quizá tenga sus razones y la discusión que tuvieron es la prueba de eso.

Genial, ahora tenía opiniones opuestas y ninguna luz en el camino. ¿Cómo saber qué era lo correcto en ese caso? Estaba más que visto que seguir su corazón era como entregarle un auto a un borracho ciego, el desastre estaba garantizado. ¿A quién más podía acudir?

Pensó en la única otra persona que parecía contar, aunque se un poco, con la confianza de Will y decidió hablar con Matt, tal vez, solo tal vez, él podría arrojar un poco de luz, o si no, al menos inclinar la balanza hacia algún lado en las opiniones de sus amigas.

Cuando se acercaba al escritorio de Matt, un hombre que ella no conocía, la rebasó casi empujándola sin miramientos.

—¿Dónde está tu jefe? —gritó llegando primero al escritorio del asistente.

—Señor Miller, ¿a qué debemos el honor?

—¡No te hagas el imbécil! ¡Quiero hablar con Harrys ahora mismo!

Layla se hizo a un lado para pasar desapercibida en medio del incómodo momento.

Will salió de su oficina y se dirigió al hombre.

—Señor Miller, si gusta pasar, me puede explicar cuál es el problema —dijo con calma, extendiendo su mano.

El hombre no solo no estrechó la mano que le ofrecía, si no que lanzó al piso una copia de Chickstyles del mes anterior.

—¿Se puede saber por qué tengo menos espacio publicitario? ¡No es el acuerdo que teníamos!

—Podemos hablarlo, en privado.

—¡No me vengas con tus estupideces, jovencito! ¿Sabes que puedo demandar este remedo de revista de cuarta?

—No, no es así. Su espacio tuvo la reducción que le explicamos por el cambio en los costos, todo es perfectamente legal.

El hombre, que al entrar estaba pálido de ira, se puso rojo. Sus mejillas redondas, al igual que el resto de su cuerpo, se inflaron y los ojos casi se le salían de las órbitas.

—¡Ah! ¿Con que esas tenemos? Todos saben que tienes este puesto porque tu padre es el director regional, apelaré a los directivos para que te quiten este puesto, para que cierren esta basura que llamas revista y se queden todos estos ineptos en la calle.

Layla se tapó la boca para contener la exclamación de asombro. El director que se había opuesto a su nombramiento y que había provocado que lo obligaran a proyectar algo que no era, ¿era su propio padre?

—Está en libertad de apelar a quien guste.

—Me niego a pagar esta publicidad, es una estafa y desde ya, considera mi cuenta perdida, la mía y la de todos mis socios.

Mi Querido OgroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora