Layla llevaba horas con la mirada perdida. El reloj dio las siete de la tarde, pero ella no se movió.
—Oye, ya nos tenemos que ir —dijo su amiga Susana, parándose al lado de ella llevando ya su bolso y chaqueta.
—Me van a despedir, ¿verdad?
—¡Nah! Es más probable que renuncies después de un ataque de histeria.
—¡Su! No deberías burlarte.
—No me estoy burlando, solo contemplo nuestro posible futuro con una razonable dosis de humor.
Consiguieron hacerla salir de su trance y se despidieron en la entrada.
—Suerte en tus clases —le deseó Beca mientras cruzaba la calle.
Layla hasta había olvidado que ese día iría a su nueva clase, descubriría un mundo nuevo y olvidaría sus problemas sentimentales y laborales por un par de horas.
Se dirigió hacia allá y al llegar contempló la fachada. Parecía una casa bastante normal, aunque muchos locales lo parecían porque habían aprovechado la infraestructura colonial del pueblo para darle ese toque autóctono que a ella tanto le gustaba.
Al entrar pudo ver algunas personas reunidas, había gente de todas las edades. Un joven salió de una habitación y todos se acercaron.
—Buenas noches. Mi nombre es Alejandro, nos alegra mucho que se hayan decidido a probar una experiencia nueva. En unos momentos alguien tomará sus datos y los conducirá a sus salones. Tenemos una metodología libre, los alumnos avanzados los van a apadrinar y guiar en los primeros pasos de tal manera que ustedes no se sientan presionados. Uno de nuestros facilitadores va a supervisar el trabajo para que se sientan en confianza. Queremos que esta sea una experiencia de libertad creativa y relajante. ¿Alguna pregunta?
Después de algunas preguntas y respuestas le tomaron sus datos y los llevaron a un salón donde debía observar las obras ahí expuestas. La idea era identificarse con el trabajo realizado y en base a eso elegir a su mentor.
—Esto me suena más a una buena política de ahorro de fondos —murmuró Layla para sí—. Oh, por Dios, me estoy convirtiendo en Susana.
Observó varias pinturas y todas le parecieron bonitas, pero nada más. Algunas no tenían el más mínimo sentido, al menos para ella que no tenía ni idea de arte. Sin embargo, llegó a una que la dejó boquiabierta.
Era un lienzo con la mayor parte en negro, estaría todo oscuro si no fuera por un haz de luz que se filtraba de alguna parte y era interceptado por una mano que parecía sedienta de luz. ¿Cómo sabía que la mano estaba sedienta de luz? ¿Cómo puede una mano estar sedienta? ¿Por qué estaba el dueño de esa mano en la oscuridad? ¿De dónde provenía la luz?
Estiró su propia mano, deseaba estrechar la de esa persona perdida en las sombras.
—¿Le gusta?
La profunda y suave voz masculina la sobresaltó. Miró a su lado y se encontró con un chico un poco más alto que ella, llevaba jeans rasgados, un suéter color vino de cuello en "V", que marcaba su bien formado pecho y las mangas recogidas un poco debajo de los codos. Sonrisa brillante, cabello despeinado y penetrantes ojos verdes.
—Me encantas —respondió mirando de arriba a abajo al magnífico espécimen que estaba frente a ella. Él soltó una risa. Esa risa fue el primer dardo que daba justo en el desprevenido corazón de Layla.
—Hablo de la pintura.
—¡Ah, sí! También.
Se volvió a reír. Segundo dardo.
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Mi Querido Ogro
RomanceLayla, al igual que todos sus compañeros, odia con el alma a su frío y déspota jefe, a quien apodan "Ogro" por su forma áspera de tratarlos. Un encuentro en el momento menos propicio podría cambiar su perspectiva y llevarla a descubrir que no se pue...