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La conversación en la limusina fue amena, y solo fluyó como el agua, como si nada hubiese pasado entre ellos en esos días. La experiencia se sentía toda como una luna de miel, y al llegar al restaurante fue grata su sorpresa al ver que su mesa era la que ambos querían, con la vista entera de Londres frente a ellos. Les sirvieron unos vinos tintos, del Casillero del Diablo, para acompañar el menú especial que les tenían preparado a ellos: una recomendación del chef, fuera de la carta.

El ambiente, la luz de las velas y la música en vivo hacían de la velada la noche perfecta. Freddie no estaba seguro de qué significaba todo ello, pero conocía bien a John, y sabía que él esperaba aún el obsequio. No porque fuese un malagradecido y todo esto significara nada, sino porque el obsequio era algo tan propio de ellos, siempre un detallito pequeño, que acompañaba cualquier comida especial o salida que tuvieran, y que pudieran guardar de recuerdo.

Toda la cena bien podría ser una distracción, pero notaba la emoción en la mirada de John cada que metía sus manos en su bolsillo, como esperando que le entregue un sobre o una cajita, pero no tenía nada que darle, y empezaba a desesperarse. Lo único que tenía era el don de la palabra, y si bien no era algo que John pudiese meter en su cajita de recuerdos, era algo genuino que podía salir muy bien, o muy mal.

—John, bueno, hay algo que quisiera decirte. Quiero antes que nada agradecerte por todo lo que has soportado a mi lado, no debe ser fácil tenerme de pareja, porque sabes como soy... soy tan, bueno, yo —rió, al ver que el castaño sonreía con ternura, y le daba la mano —. Y sobre todo estos últimos meses nuestra vida ha dado un giro completo, y tienes razón al decir que nos ha costado encontrar el equilibrio ahora que las cosas han cambiado, pero nosotros seguimos siendo nosotros. Nuestro lazo es fuerte, es irrompible, y el ver qué tan bien nos hemos podido ir acoplando a las cosas, y nuestra capacidad de perdonarnos, es algo que te pone las cosas en perspectiva... ¿no?

El mesero justo llega con los postres. Es un tiramisú, el postre preferido de su novio, y por ende no lo detiene cuando lo ve tomar el tenedor y picar un poquito del postre.

—Lo que quiero decir, supongo, es... me encanta tenerte en mi vida, y—.

John tira el tenedor al piso, el instante en el cual ambos ven lo que parece ser un precioso anillo sobresalir del pastel. Por milésima vez desde que se vio con el castaño en la tarde, Freddie siente que su cabeza da vueltas. Ese tenía que ser Roger, definitivamente; él y sus estúpidas indirectas.

Sabe que no hay vuelta atrás, pues con ojos llorosos el menor se acerca a tomar el anillo y limpiarlo con una servilleta. Es una banda preciosa, hermosa, luce costoso y si bien es un anillo masculino, eso no impide que en el aro esté incrustado un brillante diamante rojo, de un color escarlata. Un rojo fuego. Un rojo infierno.

—Fred...

Sí, no tenía vuelta atrás.

—John, ¿te casarías conmigo?

Sí, claro que la respuesta sería que sí, y solo por ello estaba en modo de celebración; ambos lo estaban, y por ello al regresar a la casa, ambos se desnudaron y decidieron hacer el amor bajo la luz de la brillante luna llena que entraba desde la ventana. Fue por la luz de la luna que Freddie notó que Roger había regresado, y fue tan sutil el movimiento de su cabeza y tan discreta su sonrisa que el mensaje quedó claro: él había mandado el anillo, él había planeado todo. Y no tenía cómo reclamar nada, porque él estaba a cargo de su vida, y si así tenían que ser las cosas, así serían. Por eso tampoco lo mandó a volar una vez que por fin descartaron prendas, todas menos el anillo de diamantes, que se ajustaba perfecto en el anular de John, y se besaron.

Freddie estaba demasiado acostumbrado a su constante presencia cada que tenía relaciones con alguien, y hacía un excelente trabajo ignorando su existencia, menos cuando estaba con ganas de tentar un poco al demonio. Roger usualmente aprovechaba la situación y reía, le sonreía, y se alimentaba de toda esa energía que desprendían los mortales sin interferir; era después de todo rutinario. Si no tenía ganas de trabajar por algo de alimento, solo lo obtenía así, de manera pasiva y poco participativa.

No obstante, y eso Freddie no lo sabía, era la primera vez que John lo podía ver, sentado en el sillón de la esquina del lugar. De no ser porque los había visto antes en esa situación, y conocía el comportamiento usual del menor, Roger se hubiese sentido culpable de incomodarlo al punto de volverlo obsoleto como pareja sexual, pues John apenas y hacía algo por encender un poco la chispa, y era Freddie quien trataba de subir la apuesta, a base de besos y palabras tintadas de pasión que se mantenían al margen de lo adecuado, a fin de no incomodarlo. Palabras que el chico apenas sabía corresponder. Pero sí, Freddie tenía razón, a su novio le faltaba sazón, en general, y empezó a compadecerse del músico, y entender el por qué de su petición esa tarde.

Roger tuvo su intercambio con John en un contexto distinto. Lo había drogado con lujuria, pero no le parecía justo hacerlo ahora, que tenía un momento tan especial con Freddie. Por lo mismo, incluso el poseerlo era demasiado intrusivo.

No mintió cuando dijo que no podía poseer a John, pero tampoco se encontraba incapacitado de tirarles una mano. Una ayudita chiquita. Él era un experto en este campo, y ahora que tenía acceso al castaño, trataría de hacer algo para mejorar la deprimente escena. Freddie había pasado sus besos y caricias al cuello del menor, y este lo miró de reojo ahora que no tenía a su pareja de cara, notablemente sorprendido al ver que el rubio se encontraba no sentado, sino parado frente detrás de Freddie, frente a él.

—¿Sabes cuál es la principal fuente de estabilidad para una relación larga y sana, John? —indagó el rubio, y el menor lo regresó a ver aterrado, si bien se relajó un poco al notar que Freddie no había escuchado nada, y que la voz resonaba solo en su cabeza —. Puedes pensar tu respuesta, no espero que te pongas a hablar conmigo en voz alta justo ahora... puedo leer tus pensamientos. Vamos, responde.

—Eh... ¿amor?

—Ew. No, qué soso —. Roger hizo una mueca disconforme, y alzó sus cejas —. Piensa... empieza con S, termina con E-X-O. Te lo dije la otra vez.

—Argh, sí. Eso, viniendo de tí, es una respuesta que me interesa poco.

—A Freddie le interesa mucho, de hecho... y si quieres que tu matrimonio funcione, escucharía con atención lo que te voy a decir. Te guiaré en todo esta vez, ¿vale? Me parece necesario darte algo de perspectiva, y de ahí sabrás tú si sientes o no el cambio en tu dinámica con él —propuso, y John vio que sus ojos brillaban con fiereza.

—Asumo que es solo justo poner de parte, ¿no?

—¡Exacto! Sus necesidades importan, y él necesita una buena cogida de vez en cuando—. John se estremeció ligeramente, pero Roger inhaló triunfo. El mero hecho de haberlo convencido era un éxito rotundo.

🔥 𝕸𝖔𝖗𝖓𝖎𝖓𝖌𝖘𝖙𝖆𝖗 (ℑ𝔫𝔠𝔲𝔟𝔲𝔰 𝔄𝔘) 🔥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora