Capítulo I

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El viento no corría en las cámaras más bajas de las cavernas, ni la más mínima brisa, e incluso con ello, la elfa que se cobijaba en sábanas de seda, pura como el marfil, percibía, por el simple aroma en su alcoba, que todavía era entrada la noche

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El viento no corría en las cámaras más bajas de las cavernas, ni la más mínima brisa, e incluso con ello, la elfa que se cobijaba en sábanas de seda, pura como el marfil, percibía, por el simple aroma en su alcoba, que todavía era entrada la noche. La luna debía estar bañando las altísimas copas de los árboles que cubrían el reino de Thranduil y, más pronto que tarde, el piar de las aves se abriría paso junto al alba.
Un plácido sueño la arrulló mientras cerraba sus ojos, pues el presagio de un amor la visitaba. Su mente le entregaba resquicios de un rostro, una piel ligeramente daña por el sol y el tiempo, mas tan atrayente que le encogía el corazón cada noche. Ithilin lograba ver en los corazones de todos y, el suyo siendo una completa incógnita, le obsequiaba de tanto en tanto el alivio de ver a quien lograría llenar su inmortal corazón. No obstante, aquella noche su sueño fue más confuso que los anteriores, pues un segundo rostro apareció para confundirla. Antes de lograr descifrar al intruso en su mente, el cantar de un ruiseñor la regresó al mundo despierto.

Su largo y dorado cabello era acariciado con extrema delicadeza, pues estaba siendo trenzado por unas manos suaves que la adormecían, incluso cuando su sueño había sido más que de sobras reparador. En aquella nueva sala, lejos de su familiar alcoba, la brisa traía un perfume otoñal consigo, y la luz del amanecer entraba a resquicios por las cavidades de la caverna.

— Siempre miráis estas paredes como si fuera la primera vez que vuestros ojos se posan en ellas.

Ithilin sonrió, con un curioso rosado en las mejillas.

— Es porque son hermosas, y todo lo hermoso debe de apreciarse cada día. —respondió.

Giró levemente su torso, observando el rostro de quien le cedía un pequeño espacio para sentarse, a pesar de que el trono no había sido construido para dos.

— Ahora me observáis a mí como si jamás lo hubierais hecho.

— Es porque también sois hermoso, adar. (padre)

— Dejad de adularme. —con una imperceptible sonrisa, el rey la volteó nuevamente, regresando a su apacible labor de trenzarle el cabello.

Cuando Thranduil concluyó con su rubia melena, un exquisito y delicado peinado adornaba a la princesa, dueña sin duda del corazón de su padre. Ithilien se irguió del trono, dejando a su progenitor finalmente en una cómoda postura. Estuvo a un pestañeo de descender el primer escalón, cuando el chasquido de una lengua contra el paladar la detuvo.

MEDUI MELETH ⎯⎯ ʙᴀʀᴅᴏ/ꜰɪʟɪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora