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Caída la noche y frente a una helada brisa permanece sentado en aquella orilla, con escasas lágrimas cayendo por sus mejillas mientras es bañado con la tenue y plateada luz lunar, en el transcurso de aquel día se había dado la tarea de descifrar aquellas incógnitas tras su historia, un comienzo que en algún punto se truncó y terminó con él transitando un camino que no estaba pensado para transitarse a tan joven edad.

Tuvo que madurar a la fuerza, el impulso por querer sacar a su madre de tal infortunio fue la causa de su niño roto interno, el hecho de amarla demasiado fue el motivador suficiente para imponerse frente a quien tanto temían, era un hombre frívolo, de aspecto calmado pero en cuyo interior yace un psicópata puro, alguien sin una pizca de remordimiento y que de seguro tras sus espaldas cargaba un sin fin de sueños truncados. Su mirada era lo que más le aferraba, era como una fiera hambrienta salida del infierno en busca de un alimento singular, su mirada podría devorar el alma de quien la viese, aquellos orbes del color de las llamas del candente fuego podrían quemar cada centímetros de tu frágil alma hasta el punto de tan sólo en minutos hacerla cenizas. Esa era la creencia que tenía de pequeño, una que se fortalecía con cada pesadilla, en ellas siempre estaban aquellos orbes vigilandolo desde la esquina más alejada de su cama esperando el momento exacto para atacarlo.

Su voz es capaz de hacer que su cuerpo tiemble de pavor, aun cuando no ha crecido con él, perpetúa aquel singular tono que usaba cuando se acercaba y lo tomaba de los hombros para mirarlo fijamente y suspirar con ¿decepcion? ¿melancolia?, era difícil saber que es lo que sentía aquel hombre en ese momento, simplemente era alguien difícil de leer.

—Eres una pequeña piedra en el camino... Vaya forma de hablarle a tu hijo.—apretando sus manos hasta formar un puño escupe las palabras que alguna vez le escucho decir, un dolor punzante en el pecho manifiesta cuan herido esta.

Perdido en sus pensamientos y maldiciendo dentro de los mismos a su padre biológico no se percata de la presencia de alguien en particular.

Era un fragante aroma de flores, uno exquisito y muy familiar, era tan delicado que le hacía cosquillas en el pecho y evocaba emociones agradables con una fuerza abrasadora. El aroma de una flor, el aroma de jazmines y peonias invadió sus sentidos, era uno de las tantas fragancias que solía encontrar en ella, en su madre.

Con los ojos brillosos volteo a mirar a su lado derecho, su cuerpo tiembla con ligereza, sus  manos antes hechas puños vuelven a la normalidad, sus brazos antes rígidos están como gelatinas mientras extiende dubitativo las mismas para aprisionar a aquella imagen celestial que tiene frente a sus ojos.

Ahí estaba ella, Siria, vistiendo su rutinaria vestimenta, dejando libre su cabello lacio y sedoso, su cabello rojizo ondeaba levemente con la brisa, en su rostro se dibujaba una cálida sonrisa, en sus brazos hallaba el regocijo y la tranquilidad que tanto anhelaba, aquella paz por la cual él ha estado luchando por conseguir. Sus caricias parecían limpiar la culpa que sentía por haberla dejado sola, su abrazo era el refugio seguro que en las noches de pesadilla buscaba con locura, sus tarareos eran aquella música que tranquilizaba a su corazón y sus tiernos besos llenos de amor eran suficientes para revitalizarlo.

Ella lo era todo, no podía imaginarse un mundo donde su madre no estuviera presente, ella era su mundo.

—Madre...—rompe en llanto una vez más, su lamento es más profundo y más fuerte conforme se aferra más a la presencia femenina, un llanto lastimero que lo deja gimoteando como un niño pequeño.

La extrañaba mucho, tan sólo podía seguir sollozando en su regazo, incapaz de decir más que solo gimoteos y monosílabos entrecortados. Aquel nudo en su garganta le impedía trasmitir aquellos pensamientos que tenía en mente. El consuelo llegaba después de haberse derrumbado por completo, después de haber derribado todo obstáculo para encontrarse a si mismo, o eso era lo que creia.

Shhh... Mi dulce niño, mi querido Ángel, mi preciado tesoro.—un murmullo que lo consuela, palabras dulces expresadas con cariño se incrustan en su pecho provocando una extraña sensación semejante a la opresión.

Poco a poco cae rendido, los párpados se ponen pesados mientras escucha el denso latir de su corazón, mientras vuelve a caer en un abismo oscuro, sin nadie a si alrededor, sólo una vez más...sólo en la completa oscuridad.

Se levanta agitado, con una mano en el pecho siente el rápido latir de su corazón, siente pequeñas lágrimas deslizarse por sus mejillas, le duele los ojos y se siente un poco mareado, le duele la garganta hasta tal punto que lo que sale son monosílabos apenas audibles.

Observa todo a su alrededor, no está en la playa sino en su habitación, y se topa con la mirada preocupada de su compañero de cuarto, Egipel.

—Tranquilo, inhala y exhala.—le ordenaba con amabilidad mientras le ofrecía una vaso con agua.

—¿Como llegue aquí?.—logró preguntar, la garganta le ardía como el infierno pero la duda carcomia su consciencia.

—Viniste por tu cuenta, estabas tan cansado... Era como si no estuvieras aquí realmente, en el momento que pasaste la puerta caíste sobre el suelo inconsciente, murmurabas cosas extrañas y luego empezaste a llorar en silencio... sollozaste con tal pena y dolor que creía conveniente pedir ayuda hasta que simplemente dejaste de hacerlo.—explicó con detalle los acontecimientos sucedidos del momento, su rostro expresa preocupación y pena, un rostro que molesta al contrario.

La compasión ajena era un duro golpe para su ego, estaba agradecido en cierta medida por su ayuda pero se sentía avergonzado y frustrado por haberse dejado llevar por las emociones del momento, ya no era un niño ¡era un adulto! y como tal no había cabida para llantos insulsos ni pesadillas.

Se quedó en silencio, una pequeña voz en su cabeza le indicó juiciosamente que debería hacerlo, era la única forma de romper aquella imagen que el había proyectado en la mente de ellos, por primera vez después de tanto había alguien acompañandolo en una noche pesadillezca. Por primera vez en tanto tiempo ya no estaba solo, ya no lo estaría más.

—Gracias.—fue lo único que alcanzó a decir, un agradecimiento que más suena como palabras vacías que sincero.

Ante el juicio de Egipel sus palabras sonaban vacías, algo que decía por simple compromiso o por simple obligación, pero aquella mirada decía todo lo contrario, expresaba profundo agradecimiento, expresaba tranquilidad y sobretodo gratitud.

Se alejó en silencio dibujando una pequeña sonrisa en el rostro antes de regresar a su cama y conciliar el sueño, Sirian se quedó un momento pensativo en aquella posición, sentado sobre la cama con un vaso vacío entre las manos, suspiro y por un momento una pequeña sonrisa natural se dibujo inconscientemente en su rostro. Dejó aquel vaso en la mesita de noche y descanso, con el cuerpo postrado en la suave cama y la mirada puesta en el techo blanco poco a poco caía rendido ante el sueño.

Después de unos pocos minutos logró entrar al mundo de los sueños.

Por otra parte Gretur se sentía aliviado, después de todo él lo había llevado hasta la puerta de la habitación y había regresado por un pequeño objeto que había perdido en la playa, un objeto brillante cuyo dueño esperaría con ansias recuperarlo. Tenía un motivo por el cual acercarse a Sirian, un motivo que quizá podría revelarle aquello que lo mantiene intrigado.

Una pista de un acontecimiento sucedido hace más de 15 años atrás.

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⏰ Última actualización: Nov 24, 2023 ⏰

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