CAPITULO 11

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Durante un rato llevo observando la ciudad desde el balcón, los canales están repletos de mercaderes que amarran sus embarcaciones junto a la orilla para que los transeúntes puedan acceder a ellas, como tiendas ambulantes. El mar se avista a lo lejos, con ajetreo de barcos que se ven diminutos frente a las esculturas titánicas que dan la bienvenida a la polis. Nikkos ha salido a jugar a las calles y yo sigo pensando en el secreto que guarda el señor Alamir. Sus naves de transporte entre los canales de la ciudad destacan por sus colores llamativos, pero la suciedad que he de frotar cada noche no es de los pasajeros ni de los menesteres que transportan a lo largo del día, ya confirmaron mis sospechas los trabajadores de Alamir a los que escuché hablar mientras me escondía tras una estatua del puente del tridente.

Dejo de mirar la ciudad y entro a oiko porque no aguanto el sol, a pesar de ser temprano ya cae como una lluvia ardiente. Mi madre está en el trabajo pero nos ha dejado comida hecha en el hogar, no he de preocuparme de nada, me cambio y salgo a la calle a ver si veo a Simx o a alguien del scolaio, o si no, iré al templo a observar el cristal, y rendir respeto a mi difunto padre.

Al pie de la cuesta empinada que lleva a mi oiko está el paseo del canal, donde el ambiente huele a pescado y agua algo estancada, camino buscando gente conocida, le mando un mensaje al localizador de Simx.

- "Estás x el canal?"

- "Estoy cn Sibella en mi oiko, pásate si quieres"

- "No, no pasa nada, pasadlo bn" – No quiero interrumpir sus arrumacos románticos o molestar, siempre creo que voy a incomodar a los demás si les escribo o me acoplo sin motivo, quizá sea algo estúpido y más siendo mi amigo, pero nunca he podido evitar ese sentimiento.

Tras recorrer el paseo del canal sin ver a nadie conocido, cruzo el puente del tridente, continuo andando hacia el templo y llego al muelle donde cada noche acato mi suplicio, y prosiguiendo llego a la Gran Avenida, que divide el Canal Central. Comienzo a andar por el puente más largo que he visto nunca, ya que la propia avenida es un puente en su totalidad, custodiada por grandes esculturas labradas de árboles níveos y guerreros antiguos a cada lado. Cuando llego al final, agradecido de la sombra que dan los árboles de piedra, veo la gran cuesta que conduce a la escalinata principal del Templo, ahí es dónde traen los cuerpos de los moribundos para que la luz del cristal y los ancestros les curen o bien, de morir, empiecen a formar parte de la energía universal.

Cada vez que asciendo la cuesta me pregunto cómo Athlem y los demás sucesores del trono de la polis no pensaron en hacer el ascenso más fácil para los ciudadanos que desearan ir al templo a mostrar respeto a los ancestros, o a realizar las peticiones adecuadas al rey, debido a que el templo es parte del Antiguo Complejo palaciego, hoy en día abandonado por la instauración hace décadas de una democracia sin familia real.

Por fín alcanzo la escalinata de mármol blanco con la parte baja de los peldaños decorados en color turquesa, sigo ascendiendo y la balaustrada con incrustaciones doradas me guían hasta el ágor central frente al palacio, a cada lado reside la estatua imponente y gigante de un gran león y una leona respectivamente ambos de color corinto mirando al frente. En el centro de la gran planicie luce una fuente de Athlem con el tridente usurpado a su padre; las columnatas que bordean el ágor confluyen en las grandes columnas antiquísimas de gran diámetro, que sustentan el pórtico de entrada al palacio, labrado en mármol con imágenes representando la lucha de Athlem con su padre el Dios del Mar para liberar a sus hermanas de su tiranía, para después desposarse con una de ellas, obteniendo al vencer, sus poderes sobre los océanos y dando lugar a la dinastía que gobernó más de 2.000 años la polis.

Me acerco a la gran puerta dorada verdosa e intento abrir, pero está cerrada. ¡Qué extraño! Nunca ha estado cerrado el templo, o no lo recuerdo ¿Por qué? No pueden prohibir el derecho a venir a mostrar respeto a los ancestros y a las deidades. ¿Qué ha sucedido?

Me doy la vuelta y desciendo los escalones que separan las puertas de la plaza contemplando las mejores vistas que cualquiera podría imaginar. Toda la polis a mis pies. Antes de terminar de bajar la escalinata, escucho la puerta del templo cerrarse tras de mí. Me giro y veo al señor Alamir saliendo del complejo. Al llegar a mi altura le pregunto extrañado:

- ¿No está cerrado el templo?¿Cómo ha conseguido entrar?

- Sí, está cerrado de momento muchacho. ¿Te importaría acudir hoy una crona antes de lo habitual al muelle?

- Pero...

- Así me gusta, sé puntual campeón. – El Señor Alamir lanza una sonrisa y prosigue su camino por la gran llanura que es el ágor mientras que me quedo parado y estupefacto, no doy crédito. No me ha respondido y encima no me deja responderle. "¿Acaso tenías elección? No. Ibas a fregar una crona antes de todas las maneras".

Ahora de ninguna forma voy a dejar de intentar descubrir qué se trae entre manos Alamir. ¿Por qué no me ha respondido? ¿Qué estaba haciendo en el templo?

ALBOR - Un nuevo comienzo -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora