Capítulo dieciocho

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Leah

Alex me agarra la mano cuando el avión aterriza, siempre le ha dado miedo volar.

No hemos hablado mucho durante el viaje, pero creo que ninguno de los dos tiene ganas de hacerlo.

Ha muerto mi abuelo.

Todos sabíamos que llegaría este momento, llevaba más de un año enfermo, casi sin poderse levantar de la cama. Pero supongo que nadie te prepara para esto aunque sepas que tarde o temprano pasará.

Estoy... no sé cómo estoy. Siento que se me han acabado las lágrimas pero a la vez tengo ganas de llorar.

Intento no pensar mucho en ello. Desde que nuestra abuela llamó para informarnos sobre lo que había pasado me he intentado mantener ocupada, la mayoría del tiempo tocando el piano. Suele distraerme.

No tardamos más de un par de minutos en salir del avión y dirigirnos a la salida. Tan solo estaremos en Canadá un par de días por lo que no hemos cogido maleta, tenemos ropa de sobra en casa de la abuela.

Me gustaría quedarme más a hacerle compañía, pero ahora tengo un trabajo y unas clases a las que tengo que asistir, y Alex está a punto de empezar la temporada.

La abuela nos dijo que no vendría a recogernos porque no le apetece salir. Lo está pasando realmente mal. Solo quiero abrazarla.

El camino se me hace eterno y, después de una larga hora, llegamos a casa. Será cosa mía, pero todo se ve más apagado. Tampoco ayuda que sean las nueve de la noche.

Respiro hondo antes de salir del taxi y retengo todas mis fuerzas para no echarme a llorar, lo último que necesita ahora mi abuela es verme llorar. Cuando mi hermano sale también, empezamos a caminar juntos.

Parece que ninguno de los dos sabe cómo comportarse ahora mismo. Cuando se murió mamá, la abuela y el abuelo lo pasaron muy mal, pero nunca los vi llorar. De cierta forma creo que intentaban mantenerse fuertes por nosotros.

Decido llamar el timbre. Escuchamos pasos rondando por la casa y en pocos segundos se abre la puerta. La abuela aparece delante nuestro con su característico delantal y una pequeña sonrisa en el rostro.

—Qué bien que estéis aquí... —es lo primero que dice, acercándose a nosotros y envolviéndonos en un abrazo —. Estaba cocinando la cena, seguro que estáis hambrientos —se separa.

Sonrío cuando presiona sus labios en mi mejilla y después hace lo mismo con mi hermano.

—¿Cómo ha ido el viaje? —nos pregunta mientras se pone a un lado de la puerta, indicando que entremos en casa.

—Bien —responde Alex —, ¿cómo estás tú, abuela?

—Bueno... supongo que estoy bien —se encoge de hombros —, dentro de lo bien que puedo estar en esta situación —. Niega con la cabeza como si no quisiera seguir hablando del tema —. Subid arriba y poneros cómodos, dentro de poco cenaremos.

Le hacemos caso y nos dirigimos a la habitación, que sigue como la última vez que vine, está igual desde que Alex y yo éramos unos niños.

Pasar por delante de la habitación del abuelo ha sido duro. Antes siempre estaba abierta y todos los días me desviaba de camino para saludarle y hablar un poco con él, aunque solo fueran pocas veces las que me contestaba. Pero hoy está cerrada. Y mañana también lo estará. No volveré a pasar por delante de esa puerta para ver a mi abuelo.

Suelto un suspiro sentándome en la cama, intentando pensar en cualquier otra cosa que no sea toda esta situación, siento que me agobio cuando pienso en esto.

Entre nosotros dos | SEGUNDO LIBRO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora