Capítulo ocho

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Leah

—Lo dejé cuando murió mi madre —explico —, me recordaba demasiado a ella.

—¿Y qué te hizo volver?

—Nueva York es mi casa, y cuando me fui lo echaba muchísimo de menos, todo —me encojo de hombros, evito decir que una de las cosas que más echaba de menos era a él, creo que ya lo sabe —. Y supongo que lo que me hacía sentirme más como en casa y más yo era el piano.

—Claro... —asiente.

—¿Tú qué has estado haciendo? —pregunto interesada —. ¿Estás grabando alguna película?

—Ahora mismo no.

Abro la boca sorprendida sin saber qué decir. Antes, siempre que le preguntaba por su trabajo tenía algo que contarme: iba a ir a alguna premiere, estaba grabando una película, acababa de firmar un contrato para otra... nunca me dijo que en ese momento no estaba haciendo nada. Me sorprende.

—¿Por qué?

—No lo sé —niega con la cabeza.

—¿No lo sabes?

—Fue cuando te fuiste.

Me quedo callada al instante. Bajo la mirada y juego con mis dedos de manera nerviosa.

—No me refiero a lo que estás pensando —aclara, sonriendo un poco.

Tengo que aguantarme para no soltar un suspiro de alivio. Nunca me lo perdonaría si por culpa mía Ayden hubiera dejado de actuar, aunque sé que no es lo que más le gusta hacer, sigue siendo algo que disfruta a veces.

—¿Y a qué te refieres?

—Cuando te fuiste... —carraspea, y durante unos segundos no habla, como si estuviera intentando organizar las ideas en mente —. Te fuiste por ti, para estar bien. Y yo... no sé, estuve pensando mucho y de cierta forma me motivaste a dejarlo.

—¿¡Lo has dejado?! —mi voz sale un poco más aguda de lo que pretendía.

—No —se apresura a negar, con la comisura de sus labios levantándose un poco, dejando ver una pequeña sonrisa —, pero ya no suelo aceptar todos los papeles que me ofrecen.

—¿Antes sí lo hacías?

—Antes aceptaba todo lo que sabía que a mis padres iba a gustarles.

Por cómo dice esto, sé que sigue siendo un tema bastante sensible para él. Me encantaría preguntarle cómo van las cosas con su familia, ¿han empeorado? ¿Han mejorado? Pero no creo que sea el momento.

—Ahora —continúa — solo acepto cosas que realmente me interesen o me gusten.

—Me alegro de escuchar eso —sonrío.

—Al principio fue difícil pero ahora estoy feliz de haber tomado esa decisión —asiente.

—Claro. Me alegro, de verdad.

Él sonríe. Me gusta más de lo que debería verlo sonreír. Sin poder evitarlo, me doy cuenta de que una sonrisa ha aparecido en mi rostro también.

Entre nosotros dos | SEGUNDO LIBRO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora