Capítulo trece

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Leah

Me quedo en silencio, en un intento de procesar lo que me acaba de decir.

Él no puede ser mi padre.

Mis labios se entreabren sin poder evitarlo, con sorpresa, y me gustaría decir algo, cualquier cosa, pero las palabras se quedan atascadas en mi garganta.

Siento incluso que me quedo paralizada en el sitio, sin poder moverme ni un milímetro.

Se ha confundido, estoy segura. No puede ser mi padre.

—Sé que es un... —su voz me devuelve a la realidad —. Es algo que no te esperabas y te aseguro que yo tampoco, pero... —escucho que suelta un suspiro.

Niego con la cabeza aunque no pueda verme. En cualquier momento me dirá que se ha confundido, puede incluso que me esté haciendo una broma pesada. Me creería antes que estoy soñando.

—Te has equivocado —consigo hablar en un susurro, sintiendo un nudo en la garganta.

—Yo también creía...

—Es imposible —murmuro, más para mi misma que para él.

Claro que no es imposible, mi padre existe, ahora mismo está en alguna parte pero... no puede ser el hombre que hay en la otra línea. ¿Cómo puede habernos encontrado después de veintidós años?

Es injusto que haga esto.

Mi respiración se acelera de manera inconsciente y cojo una bocanada de aire mientras cierro los ojos, intentando tranquilizarme, aunque no parece funcionar. Mi mano agarra con fuerza el teléfono.

—¿Podríamos hablar en persona, Leah?

Me quedo en silencio, notando como mis ojos empiezan a humedecerse.

Respiro hondo, o eso intento, porque ahora siento que el aire no llega a mis pulmones.

—Estabas tardando y... —me giro de golpe hacia Ayden, me había olvidado de que estaba esperando fuera de la habitación. Ni siquiera termina la frase cuando al ver mi expresión. Se apresura a cerrar la puerta y se acerca rápidamente hacia mí, preocupado.

—¿Leah...? —el hombre vuelve a hablar.

No puedo... ahora no puedo lidiar con esto. Aparto el móvil de mi oreja y no me hace falta decirle nada a Ayden para que lo coja de mis manos y cuelgue la llamada antes de dejarlo en la cama.

Cuando vuelve a girarse hacia mí me agarra de las manos, y es cuando me doy cuenta de que están temblando.

—Oye... —su voz es suave.

Cierro los ojos con fuerza, en un intento de dejar de llorar y de concentrarme lo máximo posible en encontrar aire.

—Vamos cariño, respira... tú puedes.

Niego con la cabeza.

Empiezo a tener mucho calor.

Abro los ojos cuando las manos de Ayden me agarran de la cintura y tiran de mí hasta que quedo sentada en la cama. Veo como se arrodilla delante mío, con su cuerpo entre mis piernas, y vuelve a agarrarme de las manos.

—Respira conmigo, por favor, respira conmigo —pide.

Asiento, indicando que lo estoy intentando. Pero no funciona.

¿Por qué no puedo respirar?

—Cierra los ojos —ordena, con voz suave.

Asiento y le hago caso.

Entre nosotros dos | SEGUNDO LIBRO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora