No toda la suerte está echada en el tiempo de juego, a veces, los golpes de efecto suceden entre bambalinas, lugar donde los focos no pueden apreciarlo.
El es Travis Kutcher, «tight end» de los Kansas City Chiefs.
Un lince sobre el c...
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17 de octubre, 2013 Kansas City
Aceptar el regalo de Travis me tenía entre la espada y la pared. A simple vista era un completo disparate comprar una mansión de grandes magnitudes por un valor millonario pero debía ser egoísta y aceptarlo con gratitud después del huracán mediático que ha perseguido contra viento y marea nuestra relación. Este hogar iba a ser nuestra madriguera, nuestro escondite perfecto.
Tras la cena del afterparty, abandonábamos el restaurante para acercarnos al aeropuerto y tomar un jet privado hasta Kansas City contra todo pronóstico. Habíamos salido muy tarde tras brindar entre los que quedaban en la velada y llegué cansada al avión antes del despegue. Travis me recostó en el asiento asegurándose de que descansase mientras el se sentaba al frente. Era muy protector y siempre mantuvo la guardia durante el trayecto.
En cuanto al equipaje tan solo llevé una pequeña maleta la cual me llevaba de ciudad en ciudad con lo necesario; tops, camisetas, faldas, pantalones pitillos, algunos botines y sandalias. Por suerte mi escolta se preocupaba por mi en todo momento y minutos antes de salir del restaurante contactó conmigo para averiguar cual sería mi próximo movimiento. Sin querer entrar en detalles, le comuniqué que tomaría un vuelo hacia Kansas City y el mismo se presentó en la propia terminal para entregar la maleta a la pasarela antes de entrar al jet.
Tres horas más tarde y con el amanecer saludando al otro lado del horizonte, llegábamos al aeropuerto de la ciudad. Allí Jason se ocupó de la parte más privada y pudo estacionar el coche de su hermano en los aparcamientos exclusivos de la terminal. Nada más bajar del jet, caminábamos por una pasarela hasta llegar a la terminal y subíamos en el interior del coche sin dar revuelo ni pistas. Queríamos pasar completamente desapercibidos en esta aventura colosal.
En camino a la mansión, mi corazón se aceleraba por momentos nada más pensar que iba a pasar unos días con Travis a solas. Era un momento muy esperado para ambos llegar a este punto en el que dos personas no pueden calmar la química imparable que se respiraba en el aire. Estábamos hechos el uno por el otro. Cruzando la capital, nos adentrábamos en un complejo residencia bastante rústico y rodeado de un arboleada que acobijaba cada casa, mostrándose una estampa de lo más familiar y acogedora.
Las casas lucían muy pintorescas, con sus vallas rodeando cada parcela y la tranquilidad que se veía era envidiable. De pronto, Travis tomó una curva que daba paso a una calle más privada en el que a lo lejos se podía apreciar un gran mansión rodeada por un muro que dejaba a la vista un gran portón de hierro con grandes faroles. Me había quedado descompuesta.
—Me has traído al mismísimo Palacio de Buckingham —bromeé rompiendo hielo al asunto pero sin dar crédito a la fachada de la mansión.
—Hogar dulce hogar, mi amor —anunciaba Travis con las manos al volante en cuanto se abrían las puertas de la entrada. Varias hojas de otoño rodeaban el coche a medida que nos adentrábamos a la mansión mientras yo miraba por la ventana, bastante risueña, el hogar que había comprado. ¡Era una auténtica muestra de amor verdadero!
