4 | Boston [4/6]

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Estaba aterrado

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Estaba aterrado. Mis pupilas se dilataron, pero no podía apartar la vista del caminante. Sus dedos huesudos se aferraban a mi brazo con una fuerza inhumana. No sentía dolor, lo cual me desconcertaba, pero no tuve tiempo de procesar la curiosidad antes de que Ellie irrumpiera en escena.

Con un palo de madera y toda la fuerza que podía reunir, estampó el arma improvisada contra la cabeza de la infectada. El impacto fue brutal, partiendo el palo en dos y desviando la atención de la criatura hacia ella. Aproveché ese breve instante para reaccionar, pateándola con todas mis fuerzas. Mientras tanto, Riley, rápida como siempre, recogió la roca que había usado antes y la estrelló nuevamente contra la cabeza del caminante. Pero no fue suficiente.

Ellie miraba el palo roto en sus manos, impotente. Riley retrocedía, el miedo y la desesperación visibles en su rostro. Y yo... yo ya no pensaba. La adrenalina superaba al miedo, apagando cualquier instinto de huida. Mis ojos se posaron en la otra mitad del palo, caída justo a mi lado. Lo tomé y, con un grito que no reconocí como mío, me lancé hacia la infectada. La punta improvisada atravesó su cráneo como una estaca, deteniéndola en seco.

El cuerpo cayó al suelo, inerte.

—Joder... mierda... está... está muerta —murmuró Ellie, con la respiración agitada. Yo me desplomé, sintiendo que las fuerzas me abandonaban, pero mi mirada fue directo a mi brazo.

—Mierda... —susurré, pero mi tono no tenía enojo. Había una alegría desbordante en esas palabras, casi euforia.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó Ellie, agachándose rápidamente junto a mí.

—Tu brazo... —dijo Riley, su tono teñido de pánico mientras señalaba mi manga.

—Tu brazo... ¿ha atravesado tu camisa? —añadió, con los ojos clavados en el lugar donde la infectada me había sujetado.

—Sí... pero —una sonrisa se formó en mi rostro—. No me mordió. —Mis palabras salieron cargadas de alivio y felicidad. Jamás había tenido tanta suerte.

El motivo era simple: la mordida solo había alcanzado la chaqueta gruesa que llevaba. La tela de mi camisa seguía intacta, y la piel debajo, completamente ilesa.

Finalmente me incorporé, aún procesando todo lo que había sucedido. El silencio reinó por unos segundos... hasta que un sonido familiar y aterrador nos heló la sangre. El gruñido gutural de más infectados.

—¡Corran! —gritó Riley, y como si ese fuera el disparo de salida, salimos disparados en una carrera desesperada por nuestras vidas.

Mis piernas dolían, pesadas después de tanto correr durante el día. Pero cada vez que giraba la cabeza y veía a los infectados persiguiéndonos con hambre en los ojos, el dolor desaparecía.

—¡Más rápido! —nos urgió Riley, liderando la huida. De repente, se detuvo en seco.

—¡¿Qué mierda pasa, Riley?! —grité, mi voz entrecortada por el pánico. Mi corazón se detuvo al ver lo que ella estaba mirando: un callejón sin salida.

Un largo camino | TLOUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora