"10"

9.2K 860 591
                                    






Mi mente viajaba a través de los recuerdos donde fui feliz cuando merodeaba por esta casa. Me embriagaba en ensoñaciones para mantenerme despierta.

Mi madre se llevó a la tumba el excéntrico concepto de esa emoción. Me veía orillada a escarbar en las paredes por remanentes de su presencia, sedienta de volver a encontrarme con ella cuando mi memoria de niña crecía y la perdía entre los resquicios de las piedras erigiendo este lugar. Me destruía el tránsito mortuorio de la calidez que evocaban los recuerdos, cada año menos certero. Más tenues y débiles.

Hice lo que pude por mantener mi recámara como mamá a su gusto la decoró, no cambié nada, no tuve el valor. Me aferraba a cualquier grieta que mantuviese su inherencia intacta. Era de un rosa pálido, con detalles dorados en las manijas y el borde de las pinturas de corderos y flores, digno espacio de una princesa, me decía, pero fue como decretar una maldición, pues como una princesa, obtuve una madrastra malvada.

Edinson permitió que Tully y su criadero tornaran la casa en un recuadro desprolijo. Deslavaron los colores, se volvió una cueva, opaco, oscuro, similar a esconderse debajo de las alas de un cuervo. Un espanto de hogar, un calabozo, algo barbárico, con personas horribles habitando. Eran tal para cual, y me enervaba reconocerlo así, la contraposición de lo que mamá dejó para nosotras.

La muerte me la arrebató demasiado pronto, Lorraine se llevó más que su vida consigo. Eso explicaba porque lucía eternamente hermosa acomodada dentro del ataúd.

─Mis mejores deseos para ustedes─dije, mi voz apuñalando la niebla atestando mi garganta─. Dios bendito verá por este nuevo miembro.

Annette enarcó una ceja, visiblemente incrédula y no era desacertado, la mentira se alzaba soberbia en mi postura porque no me generaba más que rechazo enterarme sobre su embarazo, avanzado según los cálculos, lejanos en apariencia. Podría vestir un corsé y no vería diferencia. Esa era la gran noticia que ameritaba mi visita.

Apenas la vi pensé que estaba enferma de gravedad. Sus labios se perdían en el tono grisáceo de su piel, no pudo permanecer de pie cuando se le exigió rellenarle de vino la copa a su marido. Annette, de las dos, era quién más atención y esmero vertía en la estética. Las prendas armoniosas y de talla exacta le pertenecían a ella, siempre bien portada y asistente a lo que sea que Tully demandaba, claro que tendría privilegios. Esta noche tenía una especie de capa gris sobre los hombros y un vestido de antaño, de la época de la difunta abuela de su esposo.

Mi disgusto no recaía en ella, era su marido el que me retorcía las vísceras. Conociendo la cercanía que un par de cuerpos debían sostener para concebir una vida, me era inimaginable el sufrimiento de mi hermana. Ese hombre de ojos brotados por la ridícula arrogancia, despedía un olor agrio que me hacía picar la nariz.

─Así es, Agnes, que tu palabra sea decreto─comentó Tully, nadie más en la mesa tenía la mancha de una sonrisa contenta como ella─. ¿Has considerado la matrona que te recomendé, Annette? Carina recibió a mi Melliot, siempre he dicho que sus manos son sagradas, hicieron un trabajo fenomenal.

Rodé los ojos. Sí que fue magnífico, la dejaron incapaz de seguir reproduciéndose.

─Es un riesgo dar a luz en casa─volví la vista a Annette─. Deberías ir con un doctor de verdad.

Tully brotó un quejido de reproche. ─Desde la creación de este mundo las mujeres han alumbrado a sus hijos en casa, Agnes, para eso fuimos hechas.

─¿Para morir con un recién nacido en los brazos?─repliqué con escepticismo.

Padecer te eleva al encuentro con Dios, se repite y te lo incrustan en pero, ¿qué especie de sufrimiento te acercaba a la gloria divina? ¿Qué victoria obtendría en desprender una madre de su hijo?

La Petite Mort IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora